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domingo, 14 de abril de 2019

Jane Austen, o la impotencia social del sujeto dominado


Sin duda alguna, todas las novelas de Jane Austen (Persuasion, Pride and prejudice, Sense and sensibility, Emma, Mansfield Park, Northanger Abbey) poseen un aire de familia muy marcado, en virtud de los ambientes sociales (la gran aristocracia y la pequeña aristocracia rurales inglesas), los espacios físicos (las mansiones y las campiñas) y la clase de personajes que aparecen en ellas, así como a causa del estar protagonizadas en todos los casos por mujeres jóvenes.

Pero, en realidad, aún más interesante, desde mi punto de vista, es el sentido que posee la clase de historias que todas esas novelas narran. Especialmente, desde el momento en que la narración de las mismas se lleva a cabo recurriendo a una focalización (no exclusiva, pero sí predominantemente) interna, centrada en las experiencias introspectivas, impresiones y reflexiones del personaje protagonista (femenino). En efecto, el hecho de adoptar esta forma de focalización narrativa conduce todas las novelas en una dirección muy particular: las convierte a todas ellas en historias acerca de cómo una mujer (joven, perteneciente a la baja aristocracia rural, con poco dinero, algo de cultura, mucho de esnobismo y  abundantes pretensiones de ascenso social) se esfuerza, casi siempre con escaso éxito, en decodificar, desde su limitado conocimiento, las señales que su medio social le proporciona, acerca de qué oportunidades verdaderas de promoción social se le presentan y cuáles, por el contrario, no existen, o son puramente imaginarias.

Así, en las novelas de Austen la sociedad aparece presentada como un enigma, necesitado de decodificación y de esclarecimiento. Cuando menos, se le aparece así a las mujeres que las protagonizan: esas mujeres jóvenes y de mediocres expectativas se encuentran, por su triple condición de mujeres dependientes, de personas pertenecientes a familias poco prósperas y de provincianas, incapaces de acceder a la información que necesitarían para entender adecuadamente las interacciones sociales en las que se ven arrojadas. Y, asimismo, desprovistas del poder suficiente como para procurarse dicha información, o como para que la misma apenas les importe.

De este modo, todas las historias de las novelas poseen una misma estructura: se trata en todos los casos de historias de ilusión (infundada) y de posterior desengaño: ni las amigas resultan serlo, ni los amados son de fiar; aquellos personajes que parecerían más dignos de confianza o de afecto acaban por ser despreciables, mientras que quienes suscitaban enojo o repulsión (varones, sobre todo) se revelan finalmente como recomendables y dignos de confianza.

Jane Austen narra, en suma, el proceso de reconocimiento de la condición de mujeres (no prósperas ni eróticamente deseables) sometidas por parte de sus personajes protagonistas. En sus constantes fracasos, en efecto, a la hora de interpretar correctamente la realidad social circundante, en el fracaso de sus ilusiones originales, en la inmersión forzada en el "sentido común" (es decir, de la resignación, de la aceptación de la condición ineluctable de lo real) con el que siempre finalizan las novelas -en un dudoso "final feliz"- cabe encontrar un lúcido análisis de las estructuras de la dominación: no es preciso humillar un día sí y otro también a las personas dominadas, apenas es necesario forzarlas ni violentarlas. Basta, en cambio, con permitirlas fracasar, con que su impotencia (su incapacidad para manejarse adecuadamente en sociedad, para dotarse de la información, del saber estar y de las habilidades de interacción social necesarias) las conduzca a la posición social que "deben" ocupar. A que ellas, voluntariamente, decidan colocarse "en su lugar", imposibilitadas como están, por propia experiencia (a falta de recursos de apoyo que compensen la desigualdad o de una transformación radical de las estructuras de dominación), para explorar con posibilidades de éxito cualquier otra posibilidad.


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