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jueves, 4 de octubre de 2018

Mindhunter (Joe Penhall, 2017-)


Mindhunter es una serie que ejemplifica cómo las razones comerciales pueden desfigurar casi hasta el límite una narración que en principio parecía verdaderamente interesante. (Pese a todo, como luego señalaré, aún pueden extraerse contenidos relevantes.)

En efecto, la serie narra el momento en que el FBI empieza -a mediados de los años 70 del pasado siglo- a investigar seriamente acerca de las características psicológicas de asesinos de mujeres desconocidas (serial killers) que actúan por motivos derivados de una relación conflictiva con la sexualidad y con el género femenino. Una investigación que en este primer momento consiste principalmente en aproximarse a asesinos convictos con las características mencionadas e intentar, mediante entrevistas, bucear en su mente, sus motivaciones, sus emociones y obsesiones.

En este sentido, la serie viene a poner de manifiesto cuestiones de interés. Como la importancia del sexismo en la construcción de la identidad de los serial killers. O la dificultad para pasar de entrevistas más o menos desordenadas a conclusiones de relevancia general. O la problemática relación entre control social y conocimiento científico: de una parte, un control social eficaz precisa de la aportación de la tecnociencia; de otra, sin embargo, las necesidades del control se interponen en la búsqueda de la verdad.

O, en fin, la peligrosidad del arma que los perfiles de psicología criminal pone en manos de las fuerzas de seguridad y del sistema penal.

Todo ello es tratado en la serie de un modo más bien impresionista y poco riguroso. Y ello, porque, por razones comerciales (de mantenimiento del "interés dramático" -vale decir, de las convenciones propias de la narración audiovisual comercial), la profundización necesaria o las exploraciones posibles son sacrificadas, para dejar espacio (tiempo) en la historia narrada a escenas acerca de la evolución y la tragedia de los de personajes protagonistas (los dos agentes de policía y la psicóloga que protagonizan la serie). Evolución y tragedias que, ciertamente, resultan banales desde un punto de vista estético, por más que cumplan las funciones (de atracción de l@s espectador@s) que, en términos comerciales, pretenden satisfacer.

De este modo, Mindhunter es, ante todo y sobre todo, la evocación de una narración audiovisual que era posible, pero que no existe, por haber sido sacrificada: una serie posible, pero actualmente inexistente, sobre las ambiguas, productivas y conflictivas relaciones entre saber y poder; y, en particular, sobre cómo se desenvuelve dicha relación en el marco de los dispositivos de control social, especialmente dentro del dispositivo penal.

El/la espectador(a) avisad@ e ilustrad@ habrá de conformarse por ello, al ver los diez capítulos de la primera temporada, con disfrutar de la precisión formal que David Fincher (marcando un estilo que es luego seguido fielmente por el resto de directores de los distintos capítulos) imprime a la narración, estructurando perfectamente (en cuanto a la iluminación, la composición de los planos y el montaje de los mismos) la representación visual de los espacios (comisarías, centros penitenciarios, habitaciones de motel, la FBI Academy) en los que transcurren las escenas de diálogos e interrogatorios. Mientras melancólicamente evoca esa otra serie posible que, además de belleza visual, aportase a quien la ve conocimiento y profundización en temas, ideas y situaciones.




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