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domingo, 9 de septiembre de 2018

Liar (Harry Williams/ Jack Williams, 2017)


Liar comienza abordando la cuestión de los abusos sexuales (sin violencia ni intimidación) y de su prueba ante un tribunal de justicia como el difícil dilema que es, para cualquier sistema de justicia penal que respete las garantías de un juicio justo y que, al tiempo, pretenda atender al hecho de que, por regla general, las víctimas de abusos se hallan -siquiera sea a causa del sexismo dominante- entrampadas en relaciones de poder con los varones que abusan de ellas.

Este inicio de la historia narrada en la mini-serie (6 capítulos) resulta por sí mismo enormemente sugerente, por cuanto que parecería colocar al/la espectador(a), en esencia, ante las mismas dudas y dilemas a las que cualquier tribunal de justicia que sea simultáneamente sensible a la importancia de las garantías y a la realidad de la desigualdad (de género, de orientación sexual, de clase, etc.) en la que el abuso sexual fructifica habrá de enfrentarse.

Y, sin embargo, las necesidades comerciales (o, en otras palabras, el miedo a poner a la audiencia ante una narración más compleja de lo habitual en el medio televisivo) llevan a que este planteamiento sea pronto -a mitad del recorrido- abandonado, para aproximarse (bien que superficialmente, y de manera escasamente consistente) a las convenciones de subgéneros tan trillados (¡tan de la década de los 80's!) como el thriller de acoso o el rape & revenge.

Es, en este sentido, Liar una narración fracasada, por la incapacidad de sus autor@s (guionistas, productor@s, etc.) para mantener con constancia una perspectiva sobre la historia narrada que (como, por ejemplo, la de la diversidad de perspectivas interpretativas acerca de unos mismos hechos) resulte coherente y unificada.

¿Qué nos queda, entonces, en tanto que espectador@s? Yo diría que para aquell@s de entre nosotr@s que estén únicamente interesadas en la narración y la expresión audiovisuales, muy poquita cosa: una serie híbrida, que promete más de lo que, al cabo, da. Una manifestación más del género criminal, aquí centrada en la interacción entre autor y víctima.

Y, sin embargo, en mi condición de penalista, he de confesar que, a pesar de las limitaciones estéticas de la serie, la misma ha acabado por interesarme. Y me ha interesado, principalmente, desde un punto de vista teórico: como forma de poner en forma narrativa, y en una forma narrativa audiovisual (con la extraordinaria capacidad que la narración audiovisual posee para forzar a sus espectador@s a adentrarse en la historia narrada y a empatizar con los dilemas de acción de sus personajes protagonistas), una cuestión tan relevante para el análisis de la conflictividad delictiva, y especialmente de la conflictividad delictiva en torno a la sexualidad, como es la del rol que han de tener las víctimas de estos delitos.

En efecto, lo más característico de la historia narrada por Liar (no, pues, por aquella que podría haber llegado a narrar -acaso, como he señalado, mucho más interesante-, sino la que efectivamente narra) es la persistencia de su personaje protagonista, Laura (Joanne Froggatt), en no conformarse con el rol de víctima y en no delegar  por completo la resolución de su conflicto (de la satisfacción que merece al haber sido víctima de abusos sexuales) en las autoridades estatales. Se trata, por supuesto, de una persistencia y de un inconformismo derivados de la necesidad: ante la dificultad que la policía encuentra para hallar pruebas del abuso sexual, Laura no se conforma, sino que, antes al contrario, decide tomar cartas en el asunto y, en tanto que víctima interesada, pero también en tanto que ciudadana justiciera, intervenir para sacar a la luz aquellas pruebas que permanecían ocultas y que, no obstante, resultan esenciales para que el perpetrador del abuso pueda ser acusado y condenado.

Nótese que la actitud de Laura resulta, en general (a pesar de que, como he señalado, en la historia narrada aparecen, de manera anecdótica, ciertos rastros del subgénero de rape & revenge), muy distante de las de l@s justicier@s, tan caros a cierta tradición del cine criminal (y del western) norteamericano: a diferencia de aquellos, Laura no pretende sustituir al tribunal de justicia, sino, a lo sumo, a la policía, a l@s investigador@s de la acusación contra quien abusó de ella, para llegar allí donde ést@s (al fin y al cabo, funcionarios del Estado, sometidos a las limitaciones propias del Estado de Derecho). No pretende, pues, hacer justicia por su propia cuenta, sino tan sólo (¡tan sólo!) contribuir a que la administración de justicia pueda llegar a ser eficaz. Y, para ello, se limita a actuar en el borde de la ley: cometiendo algunas pequeñas ilicitudes, pero apenas relevantes, para facilitar la acción de la justicia.

Hablando más en general, puede decirse que una serie como Liar plantea de manera aguda la insuficiencia del monopolio estatal (no sólo de la violencia, sino además) de la intromisión en la esfera de autonomía individual de los sujetos de un conflicto. La necesidad, por lo tanto, de que el conflicto no sea completamente expropiado a sus protagonistas. Puesto que dicha expropiación resulta no sólo alienante para las víctimas, sino también una estrategia ineficaz, si de asegurar el control efectivo de la desviación social y la protección de sus víctimas.

Por supuesto, se trata de una cuestión extremadamente delicada, dado que fácilmente puede incurrirse, en una resbaladiza pendiente, en tentaciones privatizadoras del conflicto, justicieras o destructoras de las garantías del Estado de Derecho. Y, sin embargo, las objeciones a cualquier propuesta que estén sustentadas en la estructura argumental de la pendiente resbaladiza no deberían poder eliminar el debate sobre cuestiones que resultan relevantes, sino únicamente proporcionar un toque de atención sobre lo trascendentes que resultan los intereses en pugna y la dificultad que existe para encontrar un equilibrio adecuado entre ellos. En este caso, ocurre lo mismo: que exista serio riesgo de promover el vigilantismo o la venganza privada no debería hacernos ignorar el hecho de que la promoción del rol de la víctima en la defensa de sus propios intereses debería ser un objetivo de cualquier justicia penal. Muy especialmente, en aquellos ámbitos que -como es el de la delincuencia sexual- se sustentan esencialmente sobre la base de la desigualdad de poder entre autores y víctimas. En situaciones así, empoderar a la víctima (no, desde luego, de cualquier modo, sino de maneras muy determinadas y efectivas, y con límites estrictamente marcados) parece una estrategia bastante racional.




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