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domingo, 3 de junio de 2018

Matar a Jesús (Laura Mora Ortega, 2017)


¿Qué haría un@ si llegase a conocer a fondo al asesino de su padre? ¿Qué haría si descubriese que la que se ha convertido en su mejor amiga es en realidad también la hija de la persona a la que mataste?

A través del desarrollo de estas situaciones dramáticas, Matar a Jesús plantea justamente una cuestión que, en verdad, resulta capital para la comprensión del Derecho Penal, y de los efectos que la aplicación del Derecho Penal (y, más en general, sus pretensiones de efectividad) produce sobre la interacción social.

En efecto, en sociedades masificadas y complejas, como las contemporáneas, estamos tan acostumbrad@s a reificar a l@s perpetrador@s de delitos (pero también a las víctimas) que tendemos a olvidar el hecho -indubitado, desde luego, mas frecuentemente olvidado- de que un(a) delincuente no es solamente la figura seleccionada y estigmatizada por la ley penal, sino que es, además (y sobre todo) un sujeto, con una trayectoria biográfica, con motivaciones idiosincrásicas, con una vida rica, compleja y multiforme. De que, en suma, el etiquetamiento como "delincuente" es una operación (de poder) necesariamente simplificadora.

Y tenemos también la costumbre -la perezosa costumbre- de conformarnos con las etiquetas. Y de dejar inexploradas aquellas posibilidades de resolución de los conflictos de interacción que no pasan por su simplificación, mediante el etiquetamiento (y la estigmatización y la represión), sino por el reconocimiento de la complejidad (de las causas que conducen al delito). (Comprender no equivale a perdonar. Pero sí a poner en contexto: a intentar entender cuál es la dinámica psicosocial que favorece -y, a veces, prácticamente empuja- la actuación delictiva del(a) infractor(a).)

En Matar a Jesús, la tramoya dramática permite explicitar esta realidad de un modo manifiesto. (Ciertamente, también de una manera un tanto enfática y reiterativa.) Razón por la que la película (a pesar de sus manierismos formales -¡esa necesidad de componer planos cortos y pegados al cuerpo de los actores, esa cámara constantemente móvil!- y de la simpleza de su trama) merece ser vista, y reflexionada, por tod@s aquell@s que no se conformen con el tranquilizador cuento (punitivista) del "demonio", prácticamente procedente de otro mundo que no es el nuestro (el de las víctimas y el de l@s "buen@s ciudadan@s"), que, cual alienígena, amenaza desde el espacio exterior con desequilibrar nuestro universo social valioso e inocente; razones (naturaleza alienígena + ataque a nuestra inocencia) por las que -sigue el cuento- cabría perfectamente justificar su exterminio (si no físico, cuando menos social).

Paula (Natasha Jaramillo) también parte, en la historia narrada en la película, de la creencia firme en ese cuento. Ocurre que, con atrevimiento adolescente, osa aventurarse en el planeta extraño del que el delincuente (Giovanny Rodríguez) procede, esas comunas de Medellín repletas de pobreza, injusticia y violencia. Y, al hacerlo, acaba por entender el simplismo del cuento, por comprender -al menos, en parte- al asesino de su padre, por entender que es algo más que eso, y que hay factores que le han conducido hasta allí.

También para Jesús, el asesino, reconocer a su víctima, algo más que la mercancía por la que se paga a un sicario, una persona que sufre, que tiene familiares, afectos, constituye un cambio de perspectiva. Ambos, pues, autor y víctima se habrán transformado, en cuanto a conocimiento y por lo que hace a sus actitudes morales, cuando esta narración finalice. El camino de aproximación entre ellos es un camino de conocimiento y de cambio moral. Un camino que poc@s recorren y que, sin embargo, podría resultar tan interesante, tan trascendente...




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