Vergüenza parecer presentarse a sí misma como una serie acerca de unos individuos (unos personajes) esencialmente, y extremadamente, ridículos: sobre la naturaleza misma de las absurdas y banales pretensiones; un "no saber estar" que conduce necesariamente al fracaso social y a la infelicidad.
Pero, siendo todo esto, Vergüenza es también algo más: con la característica capacidad de -cuando menos- Juan Cavestany para presionar con su dedo incisivo donde más (nos) duele, la serie, que comienza como una comedia, va convirtiéndose progresivamente en un drama; en el drama de dos seres inadaptados, incapaces de triunfar socialmente, o de ser vistos siquiera con respeto por cuantos les rodean.
Y, entonces, en ese drama crecientemente incómodo (¡y absurdo!) en que se convierte la vida que nos es narrada de Jesús (Javier Gutiérrez) y de Nuria (Malena Alterio), acaso l@s espectador@s seamos capaces de entrever algo más que la representación de unos individuos ridículos, inadaptados. Acaso seamos verdaderamente capaces de atisbar que el problema no está en ellos (cuando menos, no sólo en ellos). Sino también en una sociedad en la que personas que son solamente (¿solamente?) trabajador@s comunes y corrientes se ven forzadas, por propia iniciativa (porque es la única manera que conocen de preservar su identidad y su autoestima), a intentar aparentar ser mucho más: una imagen, una marca; con sus virtudes y signos diferenciales "positivos" (idiomas, "estilo", elegancia, "personalidad", etc.).
Una serie como Vergüenza, en efecto, con su tono aparentemente desenfadado y sus formas visuales "menores" (de serie televisiva con un presupuesto limitado), retrata de un modo desnudo y crudísimo, a través de su capacidad para la parodia cruel y la prolongación insólita de las situaciones dramáticas, la sociedad en la que vivimos tanto más que cualquier muestra más o menos convencional de "cine social".
Y, entonces, en ese drama crecientemente incómodo (¡y absurdo!) en que se convierte la vida que nos es narrada de Jesús (Javier Gutiérrez) y de Nuria (Malena Alterio), acaso l@s espectador@s seamos capaces de entrever algo más que la representación de unos individuos ridículos, inadaptados. Acaso seamos verdaderamente capaces de atisbar que el problema no está en ellos (cuando menos, no sólo en ellos). Sino también en una sociedad en la que personas que son solamente (¿solamente?) trabajador@s comunes y corrientes se ven forzadas, por propia iniciativa (porque es la única manera que conocen de preservar su identidad y su autoestima), a intentar aparentar ser mucho más: una imagen, una marca; con sus virtudes y signos diferenciales "positivos" (idiomas, "estilo", elegancia, "personalidad", etc.).
Una serie como Vergüenza, en efecto, con su tono aparentemente desenfadado y sus formas visuales "menores" (de serie televisiva con un presupuesto limitado), retrata de un modo desnudo y crudísimo, a través de su capacidad para la parodia cruel y la prolongación insólita de las situaciones dramáticas, la sociedad en la que vivimos tanto más que cualquier muestra más o menos convencional de "cine social".
