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miércoles, 21 de febrero de 2018

Three billboards outside Ebbing, Missouri (Martin McDonagh, 2017)


Three billboards outside Ebbing, Missouri está construida abiertamente con la principal finalidad de representar las ansiedades y, en el fondo, la futilidad propias de la mentalidad retributiva: los personajes protagonistas de la película, en efecto, viven en un inicio obsesionados todos ellos por la "necesidad" (¿metafísica, para dotar de algún sentido a unas existencias que en realidad apenas lo poseen?) de "hacer justicia"; de "darle a cada uno su merecido". Parecería ser su única preocupación, aquello que les hace vivir. Hasta que, progresivamente, en el curso de los acontecimientos que les entrelazan y enfrentan, llegan a comprender que, en realidad, un mal nunca compensa otro mal previo. Y que, por ello, o la acción humana -y también la acción represiva del Estado- incorpora objetivos más tangibles, menos simbólicos y más materiales, o los ciclos de inútil (auto-)destrucción habrán de repetirse una y otra vez, hasta el infinito, hasta la perdición y la desesperación absolutas, de todos los individuos, de toda la sociedad.

Por supuesto, la película no se lanza a explorar (lo que sin duda hubiese sido mucho más sugestivo) estas posibilidades alternativas de construcción de los mecanismos de coordinación y ordenación de la interacción social: a través de la prevención, de la mediación, del castigo medido y razonado,... Se limita, pues, a constatar la imposibilidad para el ser humano de vivir de manera consistente como valor propio, sea en el plano individual o en el colectivo, ese metafísico -y autoritario- objetivo de "hacer justicia" absoluta al mal que constantemente aparece ante nuestros ojos. La necesidad, en suma, de encontrar caminos de reconciliación (individual y colectiva), más allá de esa destructiva senda, pretendidamente virtuosa, aunque en verdad sin salida (humana).

Nos hallamos, por lo tanto, ante una auténtica narración de tesis. En la que los personajes y las situaciones dramáticas están diseñados cuidadosamente para elaborar conceptualmente y representar en términos fenomenológicos unos serie de problemas sociales y existenciales de fuste, a través de la construcción de un microcosmos (la población de Ebbing) en el que todos ellos aparecen y pueden ser observados en una escala micro-sociológica.

Confieso mi dificultad, como espectador, para empatizar con un cine así de prediseñado (tanto o más que lo son los blockbusters que se estrenan cada semana en nuestras carteleras), en el que todo el trabajo formal sobre la materia audiovisual de la película está controlado de manera férrea por la intencionalidad comunicativa que subyace en este caso al acto de narrar: el guión, las interpretaciones actorales, la composición de los planos, el montaje, la introducción de música extradiegética, todos estos elementos están en la película completamente orientados hacia la comunicación del mensaje conceptual que más arriba se expone. Apenas se permite, por consiguiente la explosión de ambigüedad significativa que es característica de las narraciones en imágenes y que las vuelve tran atrayentes. (Algo que, en cambio, sí que ocurría -en alguna medida, cuando menos, en la otra película del director que he visto, y admirado, In Bruges -2008-, en la que se tenía una mayor sensación de libertad narrativa.) Demasiada trascendencia, demasiado "mensaje"; muy poca libertad, escasa audacia, a la hora de explotar la potencia connotativa y polisémica de la narración cinematográfica...

Pese a todo, se trata de una película que se ve con agrado, porque plantea grandes temas y los plantea a través de una estética cuidada. Demasiado cuidada, tal vez.




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