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jueves, 19 de octubre de 2017

Mongolia, el Musical 2.0


Yo diría que ver y disfrutar de Mongolia, el Musical 2.0 resulta ser no tanto una experiencia interesante cuanto, más bien, una experiencia refrescante y esclarecedora. Y, por ello, sin duda alguna, muy necesaria para cualquier(a) espectador(a) de mente abierta.

Porque, por una parte, me parece evidente que el humor de Mongolia, el Musical 2.0 está muy poco trabajado, por lo que hace a la construcción de los gags, la ligazón entre ellos, el guión general de la trama dramática,... Así, un@ ríe, sí, pero apenas encuentra eso que busca en la mejor comedia: descubrimientos sobre la realidad, sobre la manera de manifestarse, que nos permita conocerla mejor, en toda su ridiculez magnífica.

En este sentido, Mongolia, el Musical 2.0 apenas nos aporta nada. Nada, cuando menos, que no sepamos ya quienes nos esforzamos en mantenernos informados y en pensar con racionalidad y espíritu crítico: que la religión es una mentira al servicio del poder, que las instituciones están corruptas, que nos engañan un día sí y otro también,... Nada nuevo, como digo.

Por eso, Mongolia, el Musical 2.0 resultaría ser un espectáculo (gracioso, sí, pero estéticamente) superfluo, en una sociedad culturalmente sana, en la que decir la verdad no diera miedo (o, peor, pudiera llevar a la cárcel a quien la dice).

En la nuestra, en cambio, disfrutar de este espectáculo cómico: escuchar sus afirmaciones irreverentes (pero verdaderas siempre en el fondo -aun si son expresadas de manera hiperbólica, para producir el efecto cómico buscado), sus gestos ofensivos, sus palabras soeces, los insultos (merecidos) contra cuant@s figuran y mangonean en las altas esferas de la sociedad; disfrutar del enaltecimiento del terrorismo, de la provocación al odio, de la injuria a las instituciones y a las autoridades, del escarnio de los sentimientos religiosos, de los ultrajes a los símbolos de la nación (de las naciones). Poder ver y escuchar todo eso es un lujo: un lujo imprescindible, necesario.

Necesario, porque nos permite recordar que casi todo aquello que nos dicen que debe importarnos (la patria, la religión, la familia, las instituciones, la autoridad, las buenas maneras, etc.) se nos presenta así no por su valor intrínseco, sino por su utilidad para aherrojarnos y hacernos "respetuosos"; vale decir, obedientes, sumisos. Porque casi todo ello es un constructo cultural, con escasa base fáctica, pero notorias funciones ideológicas, de dominación de las mentes y de las conciencias.

Porque, atad@s y amordazad@s por esta dominación ideológica, somos casi siempre incapaces de decir en voz alta: "¡Es todo mentira! ¡Es una gran mierda! ¡Nos están engañando, y manipulando, con tantas grandes palabras! ¡Al carajo con todo ello, no me importa, porque no existe, porque son sólo palabras... y palabras cuyo significado no controlo, sino que, al contrario, me controla a mí!"

En una sociedad así (represiva, aunque se las dé de crítica, miedosa, aunque presuma de racional), seguimos necesitando a estos payasos, para que nos arrojen a la cara las verdades del barquero. Para que blasfemen por nosotr@s, para que insulten, ofendan y se jiñen en cuanto nos asusta y atenaza.

...y nosotr@s nos limitaremos a acompañarles con nuestras risas timoratas, con los aplausos educad@s de quienes apenas se atreverían a decir lo que ellos dicen, porque también tenemos, a su vez, miedo. Miedo de gritar la verdad y de gritar lo que pensamos y sentimos, moleste a quien moleste. Porque, si algún día llegásemos a atrevernos a gritarlo, entonces no necesitaríamos de Mongolia, el Musical 2.0: porque, entonces, seríamos una sociedad de personas libres.




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