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viernes, 24 de febrero de 2017

The neon demon (Nicholas Winding Refn, 2016)


La fascinación por la belleza física y la atracción sexual (tan relacionada con aquella) constituyen fenómenos verdaderamente fascinantes del psiquismo de la especie humana: en realidad, nadie es capaz de sustraerse a la perturbación que ocasiona la percepción de la presencia de alguien que nos resulte verdaderamente atractiv@. Podemos, sí, algunas veces, no siempre, disimularlo, o bien reprimir nuestra turbación y sublimarla. Pero, en todo caso, el hecho de que características puramente físicas (puesto que también lo son aquellas que no tienen que ver únicamente con los puros rasgos corporales, que consisten en maneras específicas de hablar, de mirar, de gesticular, etc.) sean capaces, de apelar de manera tan profundamente conmovedora a nuestra mente, hasta forzarla (a actuar, o a desearlo, o retorcerse sobre sí misma para contener el deseo), sin que tal motivación tenga por qué obedecer a fundamento racional alguno, resulta siempre enormemente inquietante. Conocemos, es cierto, cada vez mejor la base evolutiva por la que ello ocurre. Mas el conocimiento de las causas apenas nos consuela de lo desolador que resulta constatar nuestra completa falta de dominio "sobre nosotr@s mismas" (sobre la mente y sobre el cuerpo que enmarcan nuestra identidad)...

En este sentido, existe ya ciertamente una larguísima tradición de creaciones artísticas -en los más diversos géneros- acerca de los efectos perturbadores y destructivos del deseo sobre quien lo experimenta, enfrentado al ser bello/ atractivo que lo desencadena. Unos efectos que no es infrecuente (en especial, como producto de las fantasías machistas de control sobre el cuerpo y la belleza -femeninos, generalmente- deseados) que culminen también en la destrucción de la persona que encarna el objeto del deseo.

Nicholas Winding Refn, en cambio, aborda en The neon demon la cuestión desde una perspectiva diferente. Aquí se trata, en efecto, de explorar no tanto lo que podríamos denominar -empleando la jerga de los economistas clásicos- el "valor de uso" de la belleza y de la atracción sexual, sino su "valor de cambio": no tanto, pues, el efecto psíquico que produce sobre otras personas cuanto su valor como mercancía destinada a ser intercambiada, en la sociedad radicalmente mercantilizada que la ideología neoliberal pretende presentar como utopía a perseguir.

Es en este contexto en el que el cuento de terror en que consiste la historia narrada por la película (como acertadamente apunta Tomás Fernández Valentí en su crítica de la película -Dirigido por nº 471, noviembre 2016) cobra todo su sentido: Jesse (Elle Fanning) se adentra, cual Caperucita Roja, en el siniestro bosque constituido por la industria de la moda y del modelaje. Allí, rodeada de miradas de deseo y de envidia de innumerables "lobos (y lobas) feroces", intentará orientarse, sobrevivir, convertirse en la reina de aquel reino. Pero fracasará estrepitosamente, por cuanto su ambición de triunfo apenas puede, en su banalidad adolescente, compararse con la fría racionalidad instrumental (todo cálculo y reificación, con los sentimientos completamente al servicio de la lógica de la mercancía) que guía a tod@s l@s agentes que interactúan en el seno del negocio.

De este modo, The neon demon, antes que una crítica al mundo de la moda, es más bien y ante todo una reflexión amarga y destructiva acerca de la impotencia de la libertad humana (y del deseo que la guía) cuando se enfrente con la lógica de la mercantilización y de la búsqueda de la máxima rentabilidad: porque en el universo de la mercancía, los deseos humanos aparecen destinados a ser meramente utilizados y manipulados al servicio de aquellas; o bien a ser destruidos (y las personas que los portan con ellos) si no se adecuan a tales exigencias con la suficiente agilidad.

Todo ello, narrado con el característico estilo formalista -manierista incluso- de las últimas películas de su director, con una extremada complacencia en la composición de planos visualmente muy llamativos. Un estilo que acaso tienda más a velar el significado de sus narraciones que a revelarlo. Que tal vez empuja demasiado a atender al impacto visual de las imágenes. Y, por ende, a una apreciación esteticista de las mismas, en vez de favorecer la oportunidad de que reflexionemos, al hilo de la narración, sobre las inquietantes cuestiones que la historia, en verdad, suscita. 




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