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domingo, 25 de septiembre de 2016

Tarde para la ira (Raúl Arévalo, 2016)


La característica más evidente de Tarde para la ira desde un punto de vista estético es su palmario talante conductista. Esta pretensión conductista se plasma, cuando menos, en dos aspectos principales y característicos de la película. De una parte, en la opción de los guionistas (el propio Raúl Arévalo, junto con David Pulido) por construir unos personajes protagonistas, y muy señaladamente el personaje de José (Antonio de la Torre), extremadamente opacos, en cuanto a sus motivaciones, personalidad y procesos de motivación. Hasta el punto de que, en realidad, prácticamente nada conocemos acerca de cómo José va tomando sus decisiones de venganza, de por qué en ningún momento las modifica, ni las matiza, Desconocemos igualmente si sus emociones se ven afectadas en algún momento por su interacción con el resto de personajes y situaciones narradas. (Esta opacidad, basada en una extremada focalización externa de la narración, puede ser vista como una virtud, o bien -tal es mi caso- más bien como la limitación de una obra narrativa con una base literaria un tanto endeble...)

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