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jueves, 24 de noviembre de 2016

The gambler (Rupert Wyatt, 2014)


El otro día, comentando La règle du jeu (Jean Renoir, 1939), apuntaba lo cuestionable que resulta dar por buena, a estas alturas, la retórica de la transgresión de normas como liberación y que, pese a ello, tal discurso ha gozado, a lo largo de todo el siglo XX y hasta nuestros días de muy buena salud, de fama de "avanzado", de "progresista" y de "distinguido".

The gambler (nueva versión de la película que en 1974 dirigiera Karel Reisz) me parece un ejemplo paradigmático de esta perversa confusión. Lo que narra la película es el comportamiento "antisocial" (contrario a las normas sociales) de un profesor de universidad (Mark Wahlberg) que ha elegido "vivir a tope": que no quiere una vida mediocre o normal, sino una vida de excelencia; y que prefiere la extinción si no es capaz de lograrlo.

Se comprenderá que se trata de una versión nada oculta de viejas ansias del pensamiento existencialista: partiendo de Friedrich Wilhelm Nietzsche y llegando hasta Jean-Paul Sartre, la retórica de la autenticidad como fundamento de la ética y de la racionalidad práctica permea todo el discurso del existencialismo filosófico, y le ha dotado de su característica radicalidad y atractivo.

La cuestión, empero, es que la versión que The gambler presenta de esta demanda de autenticidad radical la empequeñece, hasta convertirla en algo muy distinto: en una suerte de ensueño adolescente de transgresión.

Porque, en efecto, la persecución de la autenticidad en puridad no tiene necesariamente que ver con la transgresión. Aunque, desde luego, pueda conllevarla: muchas veces, para preservar las propias elecciones radicales, es preciso enfrentarse a las normas sociales impuestas. Pero no siempre: a veces, al forma de ser auténtico, es elegir determinadas normas, modelos de vida buena, sobre otros. Y, luego, ser consecuente con la propia elección.

En The gambler, sin embargo, todo ello se convierte en un verdadero juego de transgresión, en el que la infracción de las normas sociales parece poseer valor propio: transgredir y sobrevivir (como un sujeto que -se supone- ha demostrado su excelencia, su superioridad), tal parece ser el lema del personaje de ese jugador, apenas atormentado, simplemente nihilista. Apenas nada más parece importar o tener algún valor.

Un existencialismo infantilizado y convertido en puro narcisismo, tal parece ser la apuesta ideológica (¿transgresora?) que guía la narración de la película. Se comprenderá que, a fuer de apasionado del existencialismo filosófico, manifieste mi notorio escepticismo ante la sensatez de tal apuesta...




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