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sábado, 23 de julio de 2016

Trois souvenirs de ma jeunesse (Arnaud Desplechin, 2015)


Lo más notable de esta última película de Arnaud Desplechin estriba en que ofrece justamente aquello -y sólo aquello- que su título promete: un elenco de recuerdos antiguos de la vida de su personaje Paul Dedalus (Quentin Dolmaire/ Mathieu Amalric).

En efecto, la narración deja claro desde el primer momento que lo que estamos contemplando son recuerdos y, en tanto que tales, necesariamente deformados y manipulados a través de las trampas de la memoria. Y lo deja claro a través de la utilización de diversos recursos formales, con la finalidad de producir el necesario efecto de extrañamiento: unas interpretaciones afectadamente "teatrales", en la primera historia; o el remedo de la estilística del cine de intriga y espionaje, en la segunda.

La preocupación del director por lograr tales efectos de extrañamiento es particularmente importante, ya que la historia que ocupa la mayor parte de la película -y que, por consiguiente, va a centrar nuestra atención- es una trama de amor adolescente, del "primer amor". Y, como es sabido, toda la historia del cine está repleta de esta clase de historias. Ello no es baladí, sino que, en principio, da lugar al obvio riesgo de que l@s espectador@s tiendan -tendamos- a observar la narración de historias de esta índole atendiendo principalmente a presuposiciones (tanto ideológicas como narrativas y estéticas) basadas, más que en la narración misma, en los tópicos -temáticos y formales- propios del subgénero; limitándonos, entonces, a intentar apreciar las variaciones que en relación con dichos tópicos introduzca, añada o evite la obra contemplada.

Si el riesgo resulta, en verdad, auténticamente inevitable, hay que reconocer, no obstante, que Desplechin hace cuanto está en su mano para reducirlo y minimizarlo. Precisamente, la realización de sendas y explícitas operaciones de extrañamiento en la narración de las dos primeras historias de la película permite que el/la espectador(a) atent@, si es de l@s que optan por mantener alerta sus facultades de percepción, comprenda también que la narración que se acomete de la tercera historia, la historia de amor, ha de ser igualmente la narración de un recuerdo que el Dedalus adulto (¡y airado!) recupera de aquella relación de su juventud. Ello es enfatizado, además, por el rico empleo de diversos recursos (planos al ralentí, pantalla partida, etc.) que destacan sobremanera la artificiosidad de aquello que estamos viendo.

Así, en resumidas cuentas, lo que nos es dado contemplar en la película es un conjunto de "paraísos" (artificiales) albergados -y decorados- en la memoria del personaje protagonista. Aquellas "arcadias" a las que hace referencia explícitamente el subtítulo de la película: construcciones de recuerdos que, a partir de una (más o menos magra, más o menos verosímil) base real, permiten al personaje seguir (re-)afirmando su identidad, explicarse cómo a llegado a ser quién es (alguien que -aunque sea éste un tema tratado solamente de un modo oblicuo en la película- se siente desubicado, extraño en todas partes, solo); y desarrollar al respecto aquellos sentimientos de nostalgia que le permitirán seguir existiendo sin llegar a cuestionarse realmente el eventual (sin-)sentido de su vida.

Que este retrato de la memoria sea mostrado con tanta clarividencia y sinceridad (sin acogerse a complacencias o a tópicos), y que lo sea merced a la capacidad del director para formalizar la narración, son precisamente aquellas virtudes que hacen que sea esta una gran película, aun si versa sobre un tema aparentemente tan nimio -y manido- como es el del autoengaño y la lucha por atrapar la propia identidad.




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