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jueves, 17 de septiembre de 2015

Carles Casajuana: Las leyes del castillo. Notas sobre el poder


Carles Casajuana, en su condición de diplomático, con cargos de relevancia, se ha paseado por los pasillos de los organismos oficiales, españoles y extranjeros, estatales y supranacionales, durante muchos años. Ello le ha dado un punto privilegiado de observación. Sin embargo, esto, con ser necesario, para poder aproximarse al fenómeno del ejercicio del poder político desde la perspectiva del participante (muy diferente, pero no menos importante, de la que adopta el/la observador(a) extern@: el/la cronista que se dedica a narrar los brute facts, o el/la científic@ de la política -sociólog@, antropólog@, politólog@- que se empeña en detectar sus regularidades), no es suficiente. Pues, en efecto, la gran mayoría de quienes han ocupado posiciones similares a la suya y se deciden luego a hablar de ello en público, se quedan en lo anecdótico: muchas veces, en la autojustificación, en la venganza diferida de agravios experimentados entonces o en el chismorreo; o, en el mejor de los casos, en una narración, más o menos sesgada, más o menos reflexiva (Fire and ashes, el libro de Michael Ignatieff, que he comentado en otra ocasión, pertenecería a la parte más reflexiva de este género), de las experiencias vividas.

El libro de Casajuana que hoy comento es algo diferente. Pues en él no se habla de anécdotas, ni de personas, ni de hechos concretos. Lo cual, por cierto, no quiere decir que no se esté hablando en absoluto de hechos. Al contrario, se habla de ello: se habla de los hechos que constituyen la experiencia de la praxis del poder político, pero en un cierto nivel de abstracción; aquél en el que un participante se detiene a reflexionar sobre lo que viene siendo su actividad cotidiana, para intentar categorizarla y dotarla de sentido. No se trata, por lo tanto, tampoco de un estudio de ciencia política, puesto que el autor se halla demasiado implicado en lo que debería constituir el objeto de conocimiento para poder aportar algo más que una visión intelectualmente sofisticada, sí, pero también necesariamente sesgada (por las experiencias vividas y el inevitable condicionamiento cultural inherente), del tema. Como una reflexión sobre el propio oficio, sobre el propio arte (la praxis política como techne), podríamos, pues, calificar a esta obra.

¿Y cuál es el resultado de tales reflexiones? Pretende ser una aproximación a la experiencia fenomenológica que vive el/la líder polític@, cuando se ve abocad@ a afrontar el ejercicio del poder. Así, desde la perspectiva, fenomenológica (la narración de una experiencia de vida en sus manifestaciones aparenciales), adoptada, la aproximación al poder político como práctica social institucionalizada conlleva necesariamente, según el autor, una serie de experiencias acerca de (percepciones de) estados de cosas, tales como:

- La tensión entre entusiasmo y desencanto: entusiasmo, por la posibilidad de actuar, de cambiar el mundo; pero también desencanto, ante la evidencia de que el mundo es en realidad más complejo y resistente al cambio de lo que se podía pensar.

- La tensión entre soberbia y miedo: soberbia, a causa de la conciencia de haber alcanzado una posición privilegiada para influir, sobre el entorno y sobre l@s demás; pero también miedo, debido a la responsabilidad que ello conlleva y, sobre todo, ante la posibilidad de que todos los esfuerzos acaben en estrepitoso fracaso, antes los ojos además de todo el mundo.

- La tensión entre finalidades y contingencias: un(a) líder llega al poder con un proyecto, que contiene ciertos objetivos y determinadas acciones. Y, sin embargo, luego en la práctica resulta casi inevitable que tenga que enfrentarse a acontecimientos inesperados, sobre los cuales no puede ni debe renunciar a influir. Pero, por supuesto, ello implica también una necesaria reconsideración de sus prioridades (puesto que los recursos -de toda índole- para la acción son siempre limitados), lo que ocasionará siempre tensiones, respecto de en qué medida renunciar al proyecto inicial y en qué medida mantenerlo, o adaptarlo.

- La gestión de la incertidumbre: apunta Casajuana algo que es conocido también por l@s científic@s de la política, el hecho de que existen generosos ámbitos de actuación en los cuales se obra bajo condiciones de (si no completa, sí al menos muy amplia) incertidumbre. En estas condiciones, señala, el ejercicio del poder se parece algo a un juego de apuestas y azar: el/la líder polític@ posee cierto número de "fichas" (un número limitado de recursos y de posibilidades de acción) y tiene que decidir cuántas emplea en cada "jugada" incierta (en cada problema que se le plantea, con unos contornos difíciles de acotar, y en el que debe decidir si intervenir o no, y de qué manera), sabiendo que las arriesga y que tal vez las pierda (su acción fracase... y, con ello, pierda definitivamente ciertas oportunidades de acción -pierda dinero, prestigio, influencia, relaciones, etc.).

- El mito del poder y la realidad del influjo causal (limitado) sobre los acontecimientos sociales: frente al mito del/a líder todopoderos@, la realidad es que, en el mejor de los casos, lo que un(a) líder polític@ puede hacer es influir, en un determinado sentido, sobre el curso de los acontecimientos. Y, en el peor de los casos, verlos venir, adaptarse a los mismos, intentar que no le arrastren en su incontrolable devenir.

- Voluntarismo, atajos: el/la líder polític@ siente siempre la tentación de descubrir, a base de buena voluntad, soluciones simples a los problemas (casi siempre complejos). La impaciencia, entonces, conduce a falsos caminos, usualmente sin salida.

- Hablar, en vez de hacer: en otras ocasiones, el/la líder polític@ se llega a autoconvencer de que formulando verbalmente los problemas de cierta forma, estos dejarán de aparecer como tales. En este sentido existe, en la realidad política misma, una cierta ambigüedad: de una parte, es evidente que los problemas no desaparecen por el hecho de ser negados; antes o después, resurgirán (acaso agravados). Pero también es cierto que existen cuestiones -incluso capitales- que, en tanto no sean percibidas como problemas por la ciudadanía, dejan de ser auténticos problemas políticos. La cuestión, pues, para el/la líder estriba en saber cuándo puede verdaderamente hacer que un problema "desaparezca" (de la percepción pública) y cuándo, por el contrario, ello es imposible, por lo que los malabarismos verbales fingiendo que ha sido resuelto o que no existe no pueden llegar a funcionar. No más, a lo sumo, que como meros aplazamientos, siempre con un término.

- Actuar a través de otr@s: una de las tareas fundamentales, y más difíciles, del/a líder es seleccionar y dirigir a sus colaborador@s. Pero ni en lo uno ni en lo otro es el/la líder plenamente libre. Sólo puede nombrar entre aquellos que están disponibles, tiene que preservar equilibrios entre los diferentes nombramientos, tiene obligaciones y prohibiciones. Y, luego, una vez nombrad@s, sufre igualmente de notables -y paralelas- limitaciones a la hora de destituirles. Como las tiene también cuando se trata de controlarles y dirigirles. Un nombramiento es, en suma, la transferencia -dice Casajuana- de algunas de las "fichas", de algunos de los recursos de poder de los que en principio disponía el/la líder, a un tercero, con la confianza de que éste las administre adecuadamente y de acuerdo con las instrucciones recibidas. Es cierto, sin embargo, que existen estructuras de incentivos, en la relación entre el/la líder y sus colaborador@s, que dificultan que ello ocurra. O, cuando menos, que no lo garantizan. Lo que implica una nueve fuente de tensión, y de inseguridad, para el/la líder: qué estarán haciendo o irán a hacer (con buena o con mala intención) sus colaborador@s, en qué nuevas dificultades les harán meterse.

- Tener la última palabra: acaso el mayor de los terrores del/a líder polític@ (casi nunca reconocido en público) sea la responsabilidad, la obligación de ser quien, en último extremo, decide. A pesar de tod@s l@s colaborador@s, de todos los recursos disponibles en un estado moderno, de toda la información y el asesoramiento técnico, al final, el/la líder decide. Y decide sol@, puesto que nadie está dispuesto a compartir con él/ella la responsabilidad por la decisión adoptada. Y, por ello, dice Casajuana, "el poder, en la cúspide, es siempre una forma de orfandad".

- La tensión entre los ideales, la responsabilidad y el interés (o por qué la política no es una ciencia): el/la líder polític@ se halla (no siempre, pero sí con bastante frecuencia) en la difícil tesitura de tener que equilibrar, y que poner en tensión, sus principios (lo que cree que debería hacer/ no hacer), sus intereses (lo que sabe que le conviene hacer/ no hacer) y sus responsabilidades (lo que las estructuras de poder en las que está inserto le impulsan -a veces, incluso le fuerzan- a hacer/ no hacer). Cada líder intenta resolver este problema -la auténtica "cuadratura del círculo" política- de distinta forma, inclinándose más en un sentido, o en otro, o en otro. Pero, en realidad, no existe una única solución racional y plenamente satisfactoria, sino que cualquiera que se adopte es siempre provisional, siempre insatisfactoria. Lo que, en definitiva, significa que la conclusión depende en buena medida del carácter del/la líder. Y en otra no pequeña, del puro azar.

- Buscando la luz del sol (o por qué tod@s l@s líderes polític@s acaban mal): el juego de la política acaba casi siempre mal para tod@s l@s líderes. Antes o después, en efecto, tod@s se quedan sin "fichas", sin recursos de poder (prestigio, influencia, apoyos, etc.), y terminan fracasando en el juego. (Rara vez algún(a) líder se levanta de la mesa y renuncia antes de que ello ocurra.) Se trata de un juego en el que el/la jugador(a) se halla necesariamente abocado al fracaso. La única pregunta en el aire es cuánto aguantará. Y, por supuesto, qué habrá hecho (para bien y para mal), mientras estuvo sentado ante el tablero.

Acabo ya. Pienso que narraciones y de reflexiones como la que hoy comento son importantes para que seamos capaces de aproximarnos al fenómeno del poder político desde una perspectiva menos retórica, menos mítica y también menos ingenua. Evidentemente, escritos como el libro de Carles Casajuana no pueden, ni deben, sustituir al estudio científico de la política. Pero es cierto, sin embargo, que aproximaciones más fenomenológicas y próximas, cuando -como es el caso- son elaboradas con la sagacidad suficiente, permiten conocer la práctica del poder de un modo más íntimo, en sus experiencias individualizadas (y no sólo en sus leyes generales).

Y, en todo caso, como ya he señalado en multitud de ocasiones, creo firmemente que quienes pretenden (pretendemos) participar del curso de la acción política, especialmente si no formamos parte de ese auténtico cursus honorum en el que en general se han convertido los partidos políticos de las democracias de masas contemporáneas, necesitamos reflexionar largo y tendido acerca de lo que aquí se nos cuenta. Para dejar de hacer retórica sobre lo que "queremos hacer", "es necesario hacer", "hay que hacer", "es justo hacer", y otras expresiones semejantes de vacuo wishful thinking. Y, en cambio, tomarnos completamente en serio las dificultades y contingencias que gestionar el aparato del Estado conlleva siempre, cualesquiera que sean las intenciones que alberguen -aun si son las mejores del mundo- los actores en liza.


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