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jueves, 6 de agosto de 2015

Maps to the stars (David Cronenberg, 2014)


David Cronenberg vuelve, una vez más, a narrarnos una historia acerca de los fantasmas que acosan a la mente humana y que están agazapados dentro de ella, para influenciar de manera determinante su comportamiento.

La trama transcurre en el enrarecido mundo de los actores y actrices consagrados en el cine comercial norteamericano. Se podría, por ello, tender a ver la película como una (otra) sátira acerca del artificioso e inmoral "universo Hollywood". Y, sin embargo, lo cierto es que el director se distancia sustantivamente de tal posibilidad: ni la historia (apenas) rezuma ridículo, y sí mucho dolor; ni, por lo demás, la puesta en forma cinematográfica de la misma se detiene enfáticamente en la ironía, en la sátira o en el sarcasmo.

Antes al contrario, Maps to the stars pone su acento definitivamente en la búsqueda y en la ansiedad. Todos los personajes protagonistas, en efecto, buscan: buscan un proyecto de futuro, pero buscan también, al tiempo, hacerse cargo, comprender y aceptar, un pasado de sufrimiento y desesperación. Y todo el transcurso de la historia consiste en buena medida en la narración de las maneras en las que dichos personajes lidian con la ansiedad que ello les produce, y que intentan liberar de modos (casi siempre destructivos) diversos: con sexo, con autoayuda, con drogas, con dinero,... Sin lograrlo, en realidad.

Todo lo anterior no sería, desde luego, tan interesante si se quedase tan sólo en el guión. Ocurre, no obstante, que el guión ha sido desarrollado y puesto en forma audiovisual por un director con una capacidad tan potente para la representación de la inquietud como es David Cronenberg. Y, debido a ello, lo que hallamos en la película es una sucesión de escenas de soledad (aun cuando estén juntos, los personajes son presentados prácticamente siempre mediante planos en solitario, negándose así, mediante la forma, cualquier posibilidad de comunicación entre ellos).

Una soledad que -apunta la película- tiene tanto que ver con la incapacidad de sus protagonistas para la construcción de comunidades (familiares, de pareja), en las que la comunicación -y la aceptación- fluyan: en sus comunidades, en cambio, está siempre presente el fantasma del incesto. Soledad e incomunicación, conducentes a la (auto-)destrucción: el fuego como símbolo, precisamente, de esa pulsión de muerte.

Otra nueva muestra, pues, de la maestría de Cronenberg para representar el universo del individuo solo, turbado, vacío, aislado y abocado a la destrucción. Que, desde luego, es tan sólo un modelo extremado de lo que habita en el mundo real, aunque conviene no olvidar en ningún caso que la posibilidad de llegar a tanto está ahí, siempre presente.




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