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lunes, 29 de junio de 2015

Medea y el recurso a la violencia: reflexión en torno a dos tragedias clásicas


Hace algunos días tuve ocasión de asistir a una representación (y adaptación) de Medea, la tragedia de Séneca. Con ese motivo, posteriormente leí el texto original, y aproveché también para releer la tragedia de Eurípides sobre el mismo tema. (También en la memoria, la magnífica película que acerca de esta historia realizó Pier Paolo Pasolini.)

La historia es conocida: la bruja que se casa con Jasón y le ayuda, a él y a los argonautas, a conseguir el Vellocino de Oro, pero que luego, instalados ya en Corinto, es abandonada; y la venganza que a continuación perpetra contra su marido, matando a su nueva esposa Glauce y a su suegro Creonte, rey de Corinto, así como a los hijos que Jasón había tenido con la propia Medea.

Una historia, pues, de venganza, de "crimen pasional". No obstante, creo que resulta interesante -más que el núcleo mismo de la historia- atender cuidadosamente a algunas sugerencias que aparecen en uno y otro texto (el de Eurípides y el de Séneca -este último, ampliamente dependiente del primero) y que -como pasa tantas veces con la gran literatura- resultan iluminadores en extremo, me parece, acerca de ciertas dinámicas reales en torno a la violencia humana (contra humanos).

En efecto, el texto de Eurípides es particularmente claro en destacar dos características relevantes que concurren en el personaje de Medea: que es mujer y que es bárbara (en el sentido, a la vez excluyente y ambiguo, que este término tenía en la cultura griega -y luego ha mantenido en las culturas europeas). Y que, por ello, tiene vedado el acceso en igualdad de condiciones al rol social (de esposa, de madre "respetable"). Como también se da por supuesto que sus reacciones no serán mesuradas, sino desaforadas, "salvajes".

Es decir, en la obra de Eurípides la violencia de Medea es presentada desde una doble faceta: como la reacción del desplazado, del marginado, de quien no es tomado por un igual, apenas es tolerado, jamás escuchado o aceptado como sujeto igual en la interacción social. Pero también como una reacción, por parte de ese sujeto desplazado y marginado, que es vista (desde los ojos civilizados) como francamente desmesurada, inapropiada... irracional, en suma.

Séneca, por su parte (hijo de su tiempo, y de la evolución desde el pensamiento clásico de la polis hasta el posclásico del estoicismo), en su obra concentra más la atención en (algo que, como he apuntado, ya aparecía en la obra de Eurípides, aun sin tanto énfasis) la tensión racionalidad/ irracionalidad, en el problema del control de los propios instintos, emociones y apetitos. Medea, aquí, ya no es fundamentalmente un ser extraño e inimaginable, sino, ante todo y sobre todo, un ser humano que sufre. Y, porque sufre, está dispuesto a hacer daño a quienes reputa causantes y responsables de su sufrimiento. Que se enreda en un aleccionador diálogo con la Nodriza (personaje representativo de la racionalidad estoica, volcada hacia el autocontrol) acerca del sentido o sinsentido del autocontrol, y de la venganza... pero que, finalmente, se deja arrastrar por su deseo, haciendo oídos sordos a las voces de la racionalidad.

Y es que, en este sentido, la presentación del personaje y de sus motivaciones por parte de Séneca resulta particularmente iluminadora: Medea, transida de dolor, sintiendo que es objeto de una injusticia por parte de Jasón y de Creonte, no se resigna a que la injusticia se cumpla sin que nadie tome verdadera cuenta de su existencia y de su trascendencia moral. Por ello, la única manera que halla para que esto no ocurra, para marcar un hito significativo que deje constancia de lo que ella ha vivido y sufrido, es recurrir a la violencia.

La violencia, pues, como instrumento de expresión, allí donde el sujeto siente -con razón o sin ella- que todas las otras formas de expresión le han sido arrebatadas, o resultarían inútiles, La violencia como grito, como lamento, como sustituto de la palabra (sentida como) denegada.

No creo difícil percatarse de que en esta interpretación de los actos de Medea (en esta forma de atribuirle una motivación coherente a su violencia) se halla implícita -acaso inconscientemente- toda una teoría acerca de la violencia, que resulta de interés para cualquiera que se ocupe de estas cuestiones, no sólo en la literatura, sino también en la vida real. Obviamente, no es capaz de abarcar todas las formas de violencia interhumana que existen, pero sí alguna parte, significativa, de ellas.

Y también creo que resulta iluminador el hecho de la (relativa) impotencia de los llamamientos a la racionalidad para afrontar tales situaciones. Medea, en efecto, llevada a cierto grado de tensión emocional, es incapaz de escuchar dichos llamamientos, tanto de terceros como los que ella a sí misma se realiza. Y es que esa tensión emocional tiene que verse resuelta. Y, si no puede serlo (como, en su caso, ya no puede serlo de otro modo), lo será, inevitablemente, a través de la práctica de la violencia. No, no será la racionalidad la que evite la violencia, una vez invocada (acaso, a veces, consiga, antes, evitar dicha invocación, mas no otra cosa).


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