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viernes, 12 de diciembre de 2014

Mapa (León Siminiani, 2012)


Hoy quiero comentar Mapa porque, no pareciéndome una película particularmente reseñable por lo que se refiere a sus logros estéticos, ha llamado mi atención, sin embargo, justamente por constituir, según creo, un buen ejemplo de una suerte de ceguera -estética, también- que aqueja a ciertas formas de entender el cine.

Mapa se acoge en principio al género de los diarios filmados (auténtico o falso diario: es ésta otra cuestión, en realidad carente de mucho interés, puesto que apenas nos importa si el León Siminiani que protagoniza la película y sus vicisitudes se corresponden o no verdaderamente con la vida del director). En particular, narra un momento de confusión existencial en la vida de su personaje protagonista: ruptura con su pareja, viaje a India para reflexionar y "encontrarse a sí mismo", regreso a España, nueva relación amorosa, nueva ruptura,... Nada particularmente estimulante, desde un punto de vista temático, en verdad.

Desde la perspectiva formal, la película se organiza esencialmente alrededor de la dialéctica entre la imagen filmada y la banda de sonido: la voz over (¿del director, del personaje protagonista?) se encarga constantemente de ironizar, y aun de poner en cuestión, el sentido de aquello que las imágenes filmadas parecen mostrarnos. La música (extradiegética) expresa -explícitamente, la voz over así nos lo indica- las emociones que recorren al protagonista en cada momento de la filmación. Y, en ocasiones (acaso consciente el director del uso y abuso del recurso a la voz over, explicativa e interpretativa), se recurre a intertítulos, con ese mismo sentido que posee la voz over: explicando, interpretando, ironizando, poniendo en cuestión,...

La cuestión, por supuesto, es que (a diferencia de las grandes obras del género -de Jonas Mekas o de Chris Marker, por poner dos ejemplos indiscutibles) las revelaciones que obtenemos contemplando este diario filmado resultan bastante banales: ciertas ironías sobre la obsesión, a ciertas edades, por tener una pareja estable, alguna observación tópica sobre la mirada etnocéntrica o sobre la pornografía de la miseria en la visión de la India,... Naderías. Contemplando la película (y dando por buena la posibilidad de que se trate de un reflejo sincero de las vivencias del director), en efecto, uno pensaría que las experiencias de ruptura, viaje, regreso, reencuentro, etc. de las que la película pretende constituirse en crónica resultaron más bien inanes para la existencia del director. O, cuando menos, eso se deduce de la película (que pretende presentarse como un diario de tales experiencias).

Y, en cambio, hay un punto completamente ciego en la película y que a mí, sin embargo, me parece del mayor interés. (Lo que, por supuesto, daría lugar a otra película completamente diferente.) Y es que lo que más llama la atención -a mí, al menos- es que la película retrata a un León Siminiani completamente obsesionado por filmarlo todo, por registrar todo cuanto acaece, cada una de sus experiencias vitales (durante el período de su vida que la película describe): ¡cuando su coche se despeña, su preocupación es seguir filmando!

Es esta obsesión escópica, me parece, aquello que está más presente a lo largo de toda la película, y que habría merecido una profundización (que en la película no existe), porque suscita cuestiones verdaderamente sugestivas. ¿En nombre de qué (¿ para hacerse un nombre en el mundo del cine?) cabe imaginar que alguien se empeñe en registrar de modo audiovisual cada una de sus experiencias más íntimas para luego compartirlas con un público anónimo? ¿Por qué exponer ante tod@s la propia banalidad? ¿Qué pasión absorbe al narrador?

Otra película posible; sin duda, no Mapa. En mi opinión, es esa otra la película que estaba, en potencia, en las imágenes que León Siminiani rodó (quien las redujo, en cambio, a una historia -así, como quedó- tan insignificante)...




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