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jueves, 18 de diciembre de 2014

Arraianos (Eloy Enciso, 2012)


La producción de Arraianos arrastra, al parecer (según cuenta su director en entrevistas), una historia: de un proyecto que se inició de un cierto modo, para ser revisado y corregido sustancialmente -por parte del propio director- en fases posteriores de la producción, hasta alcanzar su aspecto, actual, definitivo. Contemplando la película, no cabe apenas duda de que sea efectivamente así, puesto que los rastros de esa indecisión, de esa corrección, de esa mixtura, aparecen diseminados a lo largo de todo su metraje.

Conviene, no obstante, dejar a un lado estos datos externos y concentrarse más bien en la significación del producto audiovisual resultante. Y, en este sentido, hay que decir que el resultado final acaba por ser, en verdad, también indeciso, poco concluyente; algo insatisfactorio, me parece, por ello. (Y, en realidad, no nos importa si la razón estriba en tal origen híbrido, corregido, o más bien en una cierta falta de capacidad de síntesis del director.)

Arraianos, en efecto, entrecruza, de forma problemática, dos estéticas diferentes: interrelacionadas, ciertamente, pero también diferentes. De una parte, la película muestra el esfuerzo de representación  -de declamación, más bien- de una obra teatral (O bosque, de Jenaro Marinhas del Valle, de tono simbolista) por parte de un grupo aficionado de teatro de la zona de A Raia (entre Ourense y Portugal), en la que la película está ubicada. Esfuerzo que, tal y como es filmado, recuerda -y mucho- a los experimentos en este sentido de Jean-Marie Straub y Danièlle Huillet, por lograr una interpretación desdramatizada de textos dramáticos complejos por parte de actores y actrices no profesionales, pero que encarnan, en sus cuerpos (y en la historia de los mismos), auténticamente aquellos personajes que la obra pone en escena.

Por otra parte, esta declamación dramática se ve entreverada, en Arraianos (y a diferencia de lo que ocurre en las piezas de esta índole de Straub y Huillet), por escenas propiamente documentales -en el sentido más convencional de la expresión- en las que l@s habitantes del lugar trabajan en el campo, atienden al ganado, beben y cantan,...

La cuestión que Arraianos -en su versión final- pretende suscitar es, me parece, la de la relación entre la simbolización (de un pueblo -aquí, el gallego- por parte de aquellos de "sus" intelectuales que han pretendido representarlo) y la realidad material. O de cómo la elaboración intelectualista que O bosque -la obra teatral- presenta de una población (de "un pueblo") se distancia, y se aproxima (en una inacabable dialéctica de la representación), a la materialidad de lo que las gentes -pretendidamente representadas- efectivamente son, y hacen, y experimentan.

El tema así planteado me parece del máximo interés, puesto que resulta mucho más frecuente (¡demasiado frecuente!) la posición, irreflexiva, de quien se considera legitimado, en virtud del poder que ostenta -que le ha sido conferido- para emplear signos (palabras, imágenes,...), para dictar qué es, y qué no es, un pueblo. Es preciso, en efecto, tal y como Arraianos ensaya, problematizar esas "políticas de la representación" y abogar en cambio (como Arraianos, en última instancia, también aboga) más bien por una apertura de los discursos a la materialidad de la realidad social que las gentes (las gentes reales, no las construidas, mediante un acto de habla, que también lo es de poder, por el/la intelectual mism@).

Cuestión distinta es que, planteada así la cuestión, la respuesta (estética) que la película le proporcione resulte verdaderamente satisfactoria. Yo diría que no: que se suscitan cuestiones que, luego, no se es capaz de responder adecuadamente desde el punto de vista estético (de la representación, mediante la puesta en forma audivisual de la historia narrada). Que haría falta, en definitiva, una exploración más profunda de las relaciones entre representación y materialidad, para que la respuesta resultase adecuada.

Sin embargo, esta cierta insatisfacción no ha de impedirnos anotar en el haber de la película el hecho de haberse planteado (y, a lo que parece, además, cuestionando lo que era su diseño inicial -¡doble mérito!) tales problemas, de representación y de poder. Haberlos resuelto, o afrontado de modo más idóneo, habría dado lugar a otra película, distinta. Arraianos es lo que es: una mixtura (entre documental y teatro filmado, entre representación y cuestionamiento de la misma), capaz de incomodar al/la espectador(a), de forzarle a reflexionar. Difícilmente aprenderemos, con ella, nada relevante sobre A Raia. Sí, empero, sobre lo que el propio cine es, significa, pretende. No es poca cosa.




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