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martes, 11 de noviembre de 2014

Electoralismo e izquierdas: un comentario sobre nuestra actualidad política


Me pide, en twitter, un amigo, mi opinión sobre el análisis político que Alberto Garzón publicaba ayer en La Marea (La estrategia política ante una sociedad en descomposición).

Algo resumida, mi opinión sería la siguiente:

Creo que todo parte de entender, o no (probablemente Alberto Garzón lo tenga presente, aunque en su texto no se refleja explícitamente, tal vez porque pretende ser positivo, y no amargo), la agudísima falta de articulación social que han llegado a sufrir las izquierdas españolas desde la transición a la democracia en los años 70 hasta prácticamente ayer (hasta el 15-M): el bajísimo grado de organización y la notable pérdida de conciencia política emancipatoria entre la ciudadanía desde -por señalar un hito en el proceso- la gran decepción (y corrupción) que significó el referéndum sobre la OTAN de 1986, con la progresiva renuncia del PSOE a cualquier ilusión de transformación social radical y la progresiva decadencia (electoral, pero también en influencia social e ideológica) de las izquierdas organizadas. (Hubo, por supuesto, resistencias, pero que no fueron capaces, hasta 2011, de cambiar la tendencia. Y, ciertamente, el segundo gobierno de Aznar, con su agresiva política conservadora, provocó reacciones y protestas muy potentes... pero que, justamente por causa de la debilidad de las izquierdas, acabaron siendo aprovechadas por quien tenía el poder y los recursos necesarios, el PSOE de Zapatero -acordémonos de "la ceja" y de otras demagogias.)

En un contexto así, la manifestación de la crisis económica (y de la insostenibilidad del modelo económico-productivo imperante en España) y la revelación, para las grandes mayorías (porque las izquierdas ya lo sabían y lo venían denunciando... aunque casi nadie las escuchase), de que el gobierno democráticamente elegido no tenía el poder real, sino que estaba al servicio de la oligarquía (directamente de la española, y también de la internacional, a través del diktat económico de la Unión Europea y de la troika), junto con indudables elementos de inquietud generacional (yo estaba el 15 de mayo de 2011 en la manifestación de León, y ciertamente era uno de los más viejos), condujeron a la explosión -de rabia, primero, y luego de júbilo, de empoderamiento- del 15-M. Que fue ante todo eso, una explosión, un acto expresivo. Con un impacto ideológico brutal, porque, con la inocencia propia de un movimiento sin ataduras, proclamó públicamente que el rey estaba desnudo ("¡lo llaman democracia y no lo es!")... y el resto de la sociedad, de repente, pareció salir de su ensimismamiento, despertar, y reconocer en brazos de quién había estado dormitando, en sus ensueños de europeísmo, país desarrollado y rico (y, claro, insolidario, y racista).

Pero una cosa es expresarse y otra cosa muy diferente es hacer: cambiar la política. Y, así, mientras que en el primer aspecto el 15-M fue decisivo, para reintroducir el "sentido común de izquierdas" en capas amplias de la sociedad española (al fin y al cabo, sólo los análisis desde la izquierda han sido capaces de dar una explicación verosímil de lo que nos ha estado pasando, como sociedad: pérdidas de derechos, de soberanía, de bienestar, de igualdad, etc.), como movimiento político fue un fracaso: al menos (como en otro lugar he analizado con mayor detenimiento), si atendemos a los cambios que él mismo logró, que no fueron casi ninguno (un cierto empoderamiento de las multitudes en torno al derecho a usar el espacio público, poco más).

El dilema, entonces, me parece que estriba en que la sociedad española, en una buena parte (aun de la que vota a la derecha o se abstiene), ha asumido como propias, en el plano de los objetivos políticos, demandas tradicionales de las izquierdas: democracia real, igualdad material, universalidad de los derechos humanos, etc. Pero, en cambio, debido a la falta de articulación social -tanto objetiva como subjetiva- a la que me refería al comienzo de mi reflexión, es incapaz de ver la conexión entre los fines y los medios: de identificar quién (sujeto) y cómo (estrategia) puede conducirle al logro de tales objetivos.

En relación con esta incapacidad hay que otorgarle su parte a la historia: a los efectos de esa "pedagogía del millón de muertos" -Santiago Alba dixit- que implantó el franquismo y cuyo efecto indudablemente subsiste en parte, así como a los errores, debilidades, sectarismos y traiciones de los que está repleta -no podía ser de otro modo, actuamos en terreno enemigo- la historia de las propias izquierdas. Pero yo diría que, con todo y con ello, es más grave el hecho de que, aquí y ahora, prácticamente nadie, entre la izquierda más audible (ni Izquierda Unida ni PODEMOS, por ejemplo) haya hecho aún nada por proponer ni una estrategia viable de acción política ni tampoco un modelo de sujeto antagonista.

Una estrategia: cuando escucho a los portavoces de ambas formaciones oigo hablar de lo que hay que cambiar, pero rara vez de cómo se va a cambiar. En este sentido, y más allá de hablar (por el momento, de manera únicamente retórica, por carente de precisión) del "proceso constituyente" como un nuevo mantra, parecería que ganar las elecciones es, por sí mismo, una estrategia viable de cambio social. Y no lo es: aquíaquí y aquí intento explicarlo. Pero, entonces, si verdaderamente no es suficiente con ganar las elecciones (aunque, tal vez, en ausencia de formas alternativas de cambio revolucionario, sí que sea necesario hacerlo), sí sería imprescindible tener un proyecto verdaderamente constituyente (lo que implica: disposición a desobedecer el ordenamiento jurídico vigente, a entrar en una relación de tensión, negociación y conflicto con la Unión Europea y con órganos -Tribunal de Justicia de la Unión, Tribunal Constitucional, etc.- garantes del actual orden jurídico-político,...), y para ello es preciso no sólo el voto el día de las elecciones, sino también un fortísimo respaldo social ulterior, ¿a qué se está jugando, ocultando la realidad de que cambiar el actual estado injusto de cosas va a ser muy, pero que muy difícil, porque todo está, verdaderamente, atado y bien atado?

Un sujeto antagonista: lo que estamos contemplando estos meses es un conjunto de posicionamientos a cortísimo plazo (en concreto: con un horizonte máximo en las elecciones previstas para diciembre de 2015), por postularse como la mejor herramienta electoral para ese (mítico, como acabo de señalar, en los términos en los que (no) se expone) "cambio" -¿recuerda a algo la palabrita, a 1982?- que tendrá lugar si se logra derrotar electoralmente al PP y al PSOE. Habría mucho que decir, ya en términos de pura aritmética electoral, sobre la clarividencia de algunos de tales posicionamientos. Pero, de cualquier modo, a mí lo que me preocupa más todavía es que, con esta perspectiva tan chata, lo que se puede estar coartando (o, cuando menos, indudablemente se dificulta) es la posibilidad de que aparezca una coalición ganadora: una coalición (con vocación) constituyente, en el sentido más realista del término, porque efectivamente pretenda y sea capaz de cambiar la constitución material del régimen político español (y eso, como decía, exige mucho más que ganar unas elecciones).

Mi actitud actual, por lo tanto, es principalmente de escepticismo y de desencanto: el pasado 26 de mayo, después del cambio electoral que tuvo lugar en las elecciones el Parlamento Europeo, soñaba con (un procedimiento realista para iniciar) la revolución democrática en España, después del fracaso del 15-M. Ahora, siento tener que decir que mi sueño no se está cumpliendo, al menos por el momento: PODEMOS está concentrado en convertirse (mediante métodos harto cuestionables, por lo demás) en una alternativa electoral atractiva en términos mediáticos, limando todas sus aristas; e Izquierda Unida es incapaz -al menos, por el momento- de llegar más allá de quienes, por identidad (muy politizada), estamos desde siempre en su entorno ideológico. Pero ni uno ni otro partido (ni menos aún los demás, más pequeños, de quienes probablemente no sería razonable esperar y exigir tal esfuerzo) han tenido la fuerza, la voluntad, la imaginación y/o la capacidad de riesgo -elija cada uno la combinación de factores que más le convenza- para construir una alternativa que, además de electoral, resulte creíble, como posible gobierno del Estado español después de las elecciones, y como un gobierno capaz de movilizar a la ciudadanía en las tareas de transformación sociopolíticas que están pendientes.

Así, lo previsible es que el debate político y las próximas campañas electorales transcurran, de modo mayoritario, entre expresiones de regeneracionismo ramplón (que ensayó la UPyD, pero que ahora abandera, con excelentes resultados en las encuestas, PODEMOS: sustituir a la "casta", a la "clase política", etc.) y ejercicios de wishful thinking ("hay que cambiar...", sin precisar cómo ello va a ser posible). En el terreno de lo mediático más vacuo, vamos. Justamente allí donde, a la larga, las izquierdas estamos en franca desventaja (entre otras cosas, porque no controlamos los medios, ni su agenda, ni sus intereses, ni sus métodos de trabajo).

Queda el fenómeno "Ganemos": lo más innovador, lo más ilusionante que subsiste en la política española. Hasta ahora, reducido al ámbito municipal, desigualmente repartido, consolidado y estructurado. Veremos lo que da de sí. Es, en todo caso, la única muestra de nueva política, de una política capaz de empoderar a la ciudadanía (y, consiguientemente, de crear fuerza transformadora, más allá de las elecciones) que tenemos entre nosotr@s.

Conclusión: en política, como en casi todo en esta vida, los atajos rara vez conducen al destino perseguido. Me temo que, o mucho cambian las organizaciones de las izquierdas en sus actitudes y estrategias (y/o mucho repuntan -ahora mismo, no obstante, no parece previsible- los procesos de empoderamiento democrático al estilo de Ganemos), o en este par de años próximos vamos a (volver a) aprender esta dura lección en carne propia. Y, a lo mejor (lo que resultaría aún más amargo), no de manos del PP o del PSOE, sino de mano de quienes se proclaman nuestr@s compañer@s.

Desconozco cuán devastador sería el efecto de esa nueva decepción entre el pueblo de izquierdas. Quiero esperar -aun sin mucha esperanza- que, no obstante, todavía es tiempo para corregir el rumbo, y no llegar a ello.


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