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martes, 8 de julio de 2014

El (sub-)género negro cinematográfico como mecanismo de manipulación emocional: una hipótesis semiótica


Estaba viendo yo el otro día I walk alone (Byron Haskin, 1948), un característico ejemplar -brillante, por lo demás- del cine negro norteamericano de los años 40 del pasado siglo. La película transcurría por las sendas consabidas, tanto en lo temático, como en lo dramático, como en lo formal: rencores y venganzas, atracciones incontrolables, personajes torturados y esquinados, fotografía "expresionista", etc.

Se trata, como decía, de un buen ejemplo de cine negro. Mas no de uno sobresaliente: ni los personajes, ni sus relaciones, ni la historia, ni la formalización, llegan al nivel de -pongamos- The strange love of Martha Ivers (Lewis Milestone, 1946), Out of the past (Jacques Tourneur, 1947), Double indemnity (Billy Wilder, 1944), o cualquiera otra de las obras maestras del subgénero.

Viendo la película, me dio por pensar qué es lo que, en el cine negro más común, en el que no sobresale por ninguna de las razones que acabo de mencionar, verdaderamente apreciamos, de manera que disfrutamos viéndolo y salimos satisfechos después de la experiencia. Teniendo en cuenta, por una parte, que la experiencia de contemplar una película perteneciente al subgénero, pero de calidad mediana, no se parece en nada, pese a todo, a la de ver las grandes obras maestras: en aquellas podemos encontrar expresados (fenomenológicamente, como siempre en la experiencia artística narrativa) descubrimientos acerca del destino, la estructura social, la interacción humana, las relaciones de poder, la tensión entre los géneros, el deseo, etc.; nada de ello -nada relevante, cuando menos- hallaremos en películas como I walk alone, que se limita a ejercitarse, en tanto que narración, en variaciones en torno a tópicos relativos a tales temas, pero sin aportar realmente ningún conocimiento nuevo al/a espectador(a).

Por otra parte, sin embargo, la experiencia de ver una película negra mediana, sí, pero brillantemente resuelta (como ocurre con I walk alone), tampoco resulta equivalente a la de ser espectador(a) de otras muchas películas rutinarias, que un@ -yo, al menos- ve por vocación cinéfila, pero que realmente escasa satisfacción le proporcionan: películas como -pongamos- The dark corner (Henry Hathaway, 1946), en las que tanto la trama criminal y como el apego a los tópicos dramáticos y formales del subgénero negro carecen de cualquier interés.

Mi hipótesis: lo que el subgénero negro cinematográfico (la precisión es importante, puesto que el relato literario criminal posee otros potencialidades y otros efectos, en buena medida distintos) pretende proporcionar es, ante todo y sobre todo, un cierto cúmulo y tipo de emociones al/a espectador(a). (A este respecto, por cierto, seguramente sería pertinente hacer distinciones por razón de género, puesto que varones y mujeres -aquellos varones y aquellas mujeres que tienen implantados los estereotipos de género de forma adecuadamente normativa- no construyen y expresan las emociones del mismo modo.) Y, por ello, los ejemplos conseguidos del subgénero (aunque, en tanto que obras de arte, no necesariamente sobresalientes) son aquellos productos narrativos que resultan capaces de manipular adecuadamente la tensión en el/a espectador(a), en torno a sus expectativas de que ciertas emociones van a ser provocadas (a través de la puesta en forma audiovisual del drama criminal).

Así, las escaladas de suspense, las explosiones de violencia, los diálogos tensos, las réplicas cortantes (pero también las ambientaciones, la fotografía e iluminación, la composición de los planos o el montaje), todos ellos son recursos que aspiran, esencialmente, a conmover al/a espectador(a), en el plano emocional: a conmoverle, o a hacerle esperar que -en pocos instantes- va a ser conmovido. Una conmoción que tiene mucho que ver con la creación de un universo -imaginario- de inseguridad: en la narración negra, todo es inestable, fluido, casi inaprehensible,... y esas son las emociones, que se expresan y que se provocan -en el mejor de los casos- en el/a espectador(a).

Mi tesis es, entonces, que el subgénero negro es, en su esencia, antes expresión (emocional) y manipulación (emocional) que cualquier otra cosa. (Por supuesto, esta significación viene originada en circunstancias, psicosociales y estéticas, determinadas de la época, tanto por lo que hace a la producción cultural como en lo que se refiere a la recepción de la misma. Se trata de un tema ampliamente investigado, por historiadores generales, culturales y del cine. Quedémonos, aquí, no obstante, con la consecuencia, semiótica, dejando de lado sus causas.)

Que los ejemplos conseguidos de películas del subgénero negro son aquellos que consiguen suficientemente dar lugar a dicha expresión y a dicha manipulación. Que nos resultan rutinarios y no conseguidos aquellos que se revelan incapaces de expresar y/o manipular las emociones del/a espectador(a), en el sentido indicado.

Y que, en fin, la aspiración propia del subgénero no va en principio mucho más allá de esta faceta expresiva y manipuladora: no hay, pues, en realidad ninguna pretensión de generar conocimiento, revelaciones. Lo cual, por supuesto, no obsta a que, en ciertas ocasiones, l@s creador@s que han frecuentado el género no hayan sido capaces de utilizarlo para lograrlas, en los casos más excelsos.

(P.S.: Much@s guionistas y director@s asidu@s al revival genérico y a las modas cinematográficas retro harían bien en reflexionar un poco acerca de cuestiones estéticas como ésta que aquí planteo, en vez de limitarse a intentar realizar copias -pretendidamente- miméticas de películas pasadas, o mezclas de varias de ellas. Porque, en arte, rara vez, por no decir nunca, la pura y simple imitación logra evitar los efectos de transtextualidad que inevitablemente ha de producir el hecho de que exista la obra anterior -y de que la comunidad receptora conozca que existe.)


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