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lunes, 19 de mayo de 2014

Genroku Chûshingura (=Los 47 leales ronin) (Kenji Mizoguchi, 1941)


Kenji Mizoguchi es uno de esos raros directores (John Ford me parece otro ejemplo obvio de esta misma característica) capaces de aunar en su puesta en forma cinematográfica un trabajo intenso con la retórica de lo emocional junto con un extremado formalismo. En las películas de Mizoguchi, en efecto (como en las de Ford), la mostración de las emociones de los personajes, así como la generación de efectos emocionales en el/la espectador(a), constituye uno de los elementos narrativos fundamentales de la forma que adoptan las historias que narra. Unas emociones que fluyen -como también sucedía en Ford- en el seno de marcos sociales muy rígidos (aquí, los del Japón pre-moderno), en los que las normas sociales "paralizan" a cada individuo en su rol, con unas cualidades que le son presupuestas, y unas facultades y unas obligaciones que le son atribuidas desde fuera (y que el individuo que asume el rol, en principio, acepta, como parte de su ideología). En tal medio, la emoción se constituye en el modo más idónea de expresar, pese a todo, la propia individualidad.

En Genroku Chûshingura, los protagonistas son samurai que han perdido a su señor (ronin) y que tienen el deber de vengarle. Se nos cuenta, así, una historia que forma parte de las leyendas de la tradición japonesa. No obstante, lo notable de la película, en el aspecto temático, son las opciones narrativas que adopta el director. Compárese, si no, la versión de Mizoguchi con la posterior de la misma historia que dirigió Hiroshi Inagaki (Chûshingura) en 1962: mientras que esta última nos narra las vicisitudes de los cuarenta y siete ronin desde una perspectiva esencialmente externa, a través de sus acciones (incluyendo unos diálogos que son, esencialmente, prólogo o epílogo de acciones materiales), la película de Mizoguchi se concentra exclusivamente en la expresión de los pensamientos, inquietudes y emociones de sus personajes: sus ansiedades, deseos, miedos, frustraciones, dolor, vergüenza,... Todo ello, a través de escenas (principalmente en interiores) intensamente dialogadas. Pero en las que, además, se deja un amplio espacio -esto es, tiempo suficiente- a la expresión gestual de esas mismas emociones, a través del trabajo interpretativo de los actores. De esta manera, la película resulta incomparablemente estática, en su aspecto externo (¡hasta el punto de que, con la excepción del ataque inicial que desencadena la trama, las escenas de acción aparecen todas ellas evocadas, en los diálogos de los personajes, pero suprimidas por completo del plano!). Y, sin embargo, el talento narrativo de Mizoguchi consiste, precisamente, en movilizar en cambio las emociones.

Nos hallamos, pues, ante un drama de emociones: una amplia evocación, y panegírico, de las emociones "nobles". De la grandeza del hecho de seguir los propios impulsos de cumplir con el deber, por encima de todas las cosas. (Pero no sólo por sentido del deber, que también, sino además porque nuestras propias emociones nos demandan que actuemos así, para seguir siendo nosot@s mism@s, y sintiéndonos bien así.) Y de la grandeza de preservar en todo caso la dignidad, sin atender a ninguna consideración de orden práctico. Y de la belleza emocionante de tal actitud.

Es, justamente, esta capacidad del director para, trascendiendo el marco histórico-social de la historia (que, por supuesto, hoy nos resulta completamente ajeno), hacernos llegar un mensaje moral de alcance más amplio, a través de formas estéticamente también muy bellas, lo que hace que la película pueda ser disfrutada aún hoy en día.

Y es que, además, en el plano puramente formal, en Genroku Chûshingura hallaremos un auténtico festín de formas visuales. Destacaré en este aspecto tan sólo dos rasgos, particularmente prominentes. Primero, la capacidad del director para componer planos (principalmente, planos generales) que, jugando con los decorados, la colocación de los actores y con sus (sutiles) movimientos en escena, se hallan dotados de una exquisita ordenación geométrica. Y, en segundo lugar, las notoriamente contenidas formas interpretativas de esos mismos actores, capaces (siguiendo tradiciones propias del teatro japonés) de interrumpir su gestualidad en el curso de una acción, para componer lo que parecerían verdaderas "estatuas vivientes"; enfatizando de este modo la expresión (también contenida) de las emociones que arrebatan a sus personajes.

Puede verse la película completa aquí:








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