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martes, 13 de agosto de 2013

Captive (Brillante Mendoza, 2012)


En la abundantísima filmografía en torno al fenómeno (etiquetado como) del "terrorismo", no faltan las presentaciones de las vicisitudes de las víctimas. Es más, me atrevería a decir que de esto realmente andamos sobrad@s: pues lo más habitual es la sentimentalización de las experiencias de las víctimas. Usualmente, en efecto, se invita a l@s espectador@s a identificarse con los sufrimientos de las víctimas, a empatizar con ellas. Pero, al mismo tiempo, no sólo se ignora el resto de la complejidad de los conflictos que el fenómeno "terrorista" conlleva (razones de los perpetradores, contexto sociopolítco, etc.), sino que también, ciñéndonos tan sólo a la cuestión de las víctimas, la visión que se muestra generalmente es tan sólo la de unos seres sufrientes; no agentes, no sujetos. De manera que l@s espectador@s, presionad@s por la narración para que empaticen con las víctimas, lo son también para que se limiten a una empatía emocional de lo más simple. Se trata, ante todo, de compadecerlas. Y, como es sabido, la compasión conlleva siempre un sentimiento de ajenidad (se compadece a quien sufre lo que yo no sufro, ni puedo llegar a sufrir) y de superioridad (yo, observador(a), me hallo en un plano distinto, y superior, a quien es observado, a quien es mi objeto)... No es preciso pensar más que en cualquiera de las películas comerciales norteamericanas o españolas que abordan el tema para comprender de qué estoy hablando.