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lunes, 28 de octubre de 2013

Mud (Jeff Nichols, 2012)


Mud se acoge, de forma muy explícita, a la tradición, literaria (Treasure IslandGreat expectations, The adventures of Tom Sawyer, Huckleberry Finn, To kill a mockingbird,...) y cinematográfica (Moonfleet, The night of the hunter, High wind in JamaicaTo kill a mockingbird,...), de los relatos de iniciación, aprendizaje, maduración y paso de la infancia a la aceptación de la realidad circundante. Sin embargo, no puede ocultar -ni lo pretende- su condición de narración posmoderna: no sólo por su condición de receptáculo de referencias, sino, sobre todo, por su marcada diferencia de enfoque en relación con aquellos relatos anteriores cuya tradición está siguiendo, y que aborda con un talante marcadamente revisionista.

En efecto, en la tradición clásica del relato de iniciación, la mirada perpleja del niño (masculino), que pugna por dotar de un sentido a lo que percibe, acaba por hallar recompensa: aun con limitaciones, los personajes adultos intentan ponerse a la altura de la inocencia de esa mirada infantil, satisfacer sus ideales, protegerla. Y, así, el recluso de la novela de Dickens, el mismo pirata Long John Silver o los de la película dirigida por Alexander Mackendrick, la viuda que protege a los niños del maligno predicador Harry Powell, Jeremy Fox, son todos personajes adultos empeñados en proteger a los niños, en preservar su mirada. Y, de alguna manera, todos ellos lo logran, aun si a cambio han de soportar en sus propias carnes las consecuencias que el mundo -la realidad- reserva para quienes se les enfrenta. De manera que, aunque los niños protagonistas cambien, y maduren, pueden mantener aún, pese a todo, su confianza, en la coherencia del mundo, en su posible bondad.

Nada de esto queda, sin embargo, asegurado en Mud. Aquí, ante todo y sobre todo, les es negada a los personajes (señaladamente, a los dos adolescentes protagonistas) cualquier posibilidad de obtener coherencia y sentido para aquello que perciben y que viven. Antes al contrario, Ellis (Tye Sheridan), desde cuya perspectiva se narran principalmente los acontecimientos, habrá de conformarse con la experiencia que los varios dramas de amor, soledad, venganza y desesperación que se desarrollan delante de sus ojos le aporten. Pero, no obstante, lo que le es negado es la coherencia, la significación: al final, el amor no ha triunfado, el heroísmo ha resultado escaso, el drama banal,... Y todo (el divorcio de sus padres, el desahucio de su familia, la dificultad para entablar relaciones con el otro sexo, su propia crecimiento), en realidad, sigue adelante, más o menos como si nada hubiese pasado verdaderamente. Queda, sí, la experiencia, nada más (ni menos).

Todo ello es narrado por Jeff Nichols a través de una puesta en imágenes engañosamente transparente, por (aparentemente) clásica, que era necesaria. Porque lo que sucede es que todo es contemplado por Ellis y su amigo Neckbone (Jacob Lofland), pero también por el propio Mud (Mathew McConaughey) o por los padres de Ellis, como una historia ya consabida, demasiado vieja; que necesita, pues, de la atención los cánones narrativos más tradicionales para que pueda ser narrada. Una historia que, precisamente, a ningún adulto interesa  ya en realidad: tampoco a Mud y a Juniper (Reese Whitherspoon), fals@s niñ@s. Solamente lo hace a los dos auténticos adolescentes, por más que estos vayan a ver ciertamente frustradas sus expectativas, de que la aventura conduzca a algún lugar determinado (que no se encuentre dentro de ellos mismos).


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