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jueves, 14 de junio de 2012

"Where danger lives", de John Farrow


Traigo hoy a colación esta película, una muestra decididamente menor del género negro clásico norteamericano de los años cuarenta/ cincuenta del siglo pasado, a causa de la peculiaridad que el tratamiento, tanto dramático como formal, de la historia narrada le otorga. Una buena muestra, pues (por si aún hicieran falta), de que en cine -y en arte, en general- resulta tanto o más decisivo el aspecto formal que el meramente temático, a la hora de dar lugar al resultado final, el que el/a espectador(a) percibe.


En efecto, en esta película, una clásica historia criminal propia del género (una femme fatale, perturbada además psíquicamente, un varón cándido que se enamora de ella y se ve traicionado en su confianza, un homicidio, la huida y la persecución de los sospechosos), por lo demás bastante rutinaria (incluso en el tranquilizador final feliz para el protagonista), se convierte, debido al tratamiento dramático y formal que recibe, en una suerte de pesadilla, más próxima al teatro del absurdo que a las canónicas huidas criminales en principio más propias del género (desde High Sierra hasta The getaway).

Desde el punto de vista dramático, el hecho de que los dos protagonistas que huyen estén mentalmente perturbados: la mujer (Faith Domergue), a causa de su enfermedad mental, y el varón (Robert Mitchum) por la conmoción cerebral que sufre debido a un golpe en la cabeza, hace que en ningún momento esté claro cuál es su verdadera percepción de la realidad, sumidos como están en un paisaje mental brumoso, confuso, inseguro. Además, y debido a ello, su huida se convierte en un enredo de vueltas y revueltas, encontrándose con diversos personajes e incidentes (algunos malignos, otros inocentes, pero todos ellos) que van interrumpiendo su huida, hasta volverla prácticamente un objetivo imposible. La película muestra, pues, la huida como una suerte de pesadilla, en la que la meta parece siempre al alcance, pero siempre alejándose.

En el mismo sentido, la composición visual de muchos de los planos a lo largo de la huida (aprovechando el manierismo formal de la iluminación y la tendencia a planos oblicuos, propios del género) refuerzan esa sensación de mal sueño, irreal, que toda la narración conlleva.

Una película, pues, que permitiría hallar una vía de comunicación entre -digamos- las cortantes narraciones criminales de Edgar G. Ulmer o Joseph H. Lewis con el cine que, en Europa, estaba empezando a idear Michelangelo Antonioni (Henri-Georges Clouzot sería un candidato obvio para hacer de puente): entre un cine de género que, sin embargo, traslucía por todas sus costuras la angustia existencial subyacente y otro que empezaba a explicitarlo y a formalizar la expresión de dicha angustia.

(Es cierto, no obstante, que es probable que, pese a todo, a la narración le falte algo de fuerza en este sentido. Aunque también podría pensarse que es precisamente ello -la ausencia de énfasis- lo que la vuelve más perturbadora, e interesante.)


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