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lunes, 18 de junio de 2012

Fascismo y democracia: revisando "Triumph des Willens"


Ayer volví a ver, después de algún tiempo, Triumph des Willens, el genial documental que Leni Riefenstahl perpetró, en torno al Congreso del partido nazi (NSDAP) de 1934 en Nürnberg.

No es preciso repetir una vez más lo ya sabido: la maestría de Riefenstahl a la hora de diseñar planos perfectamente compuestos, en los que se permite que aquello que quiere ser enfatizado en cada momento (la grandeza de Adolf Hitler como líder, el apoyo de la población alemana sencilla y "sana" a su Führer, etc.) aparezca con total nitidez ante cualquier espectador(a). Como tampoco creo mayormente interesante la palinodia -convencionalmente tópica- acerca de las complicidades entre el arte y el mal.

Por ello, sólo escribo esta nota porque ayer hice el esfuerzo (que, sin duda, lo es) de intentar ver la película con la mirada de sus receptor@s originari@s: la ciudadanía alemana de los años treinta. Intenté olvidar cuanto conozco acerca del horror, de guerra y genocidio, que luego ocurrieron, pues creo que tamaños acontecimientos, aquí, antes nos confunden que nos ayudan a comprender. Un exceso de sobreinterpretación puede producir tal efecto.

En ese intento de no sobreinterpretar, me ha parecido evidente -y esto es lo que desearía compartir- que toda la película (tanto los discursos de los líderes nazis como los planos filmados tan magistralmente por Riefenstahl) versa acerca de un mensaje único: el de que la Alemania del nacionalsocialismo es ya, o va a serlo pronto, una nación unida, que habrá superado las fratricidas divisiones del pasado y, debido a ello, podrá aspirar a la felicidad y a la grandeza. Y que el movimiento nacionalsocialista es el único con el vigor y las convicciones necesarias para llegar a dicha meta (compartida por toda la ciudadanía alemana, se sobreentiende).

Se trata de un mensaje que, como se puede ver, tenía que resultar muy atractivo para tant@s ciudadan@s aleman@s de la época... como lo seguiría resultando hoy, habrá que reconocerlo, para much@s otr@s, aleman@s y no aleman@s. No, desde luego, para quien lleve dentro de sí el virus liberal del gusto por la pluralidad y el individualismo. Tampoco para quien porte el virus de la sospecha hacia el trasfondo material de las grandes palabras e ideas. (O para quien, como es mi caso, porte ambos virus.) Mas deberemos conceder que, aún hoy, una gran parte de la ciudadanía sigue siendo propensa a comulgar con grandes ideales y con mitos de unidad.

Quitémosle, pues, a los nazis sus correajes y sus trasnochados bigotillos y gestos. Dejémosles en su esqueleto: el llamamiento a la superación de los conflictos sociales, a la "unidad nacional" y a una vida social "ordenada", "racional" y llena de oportunidades para tod@s l@s ciudadan@s decentes.

Ocultemos tanto como podamos que superación del conflicto, unidad, orden y oportunidades excelentes para tod@s l@s "ciudadan@s decentes" sólo coexisten de una forma viable a base de exclusión y de represión (hacia dentro) y de imperialismo (hacia afuera). Dejémoslo aparecer (porque, al cabo, siempre surgirán algunos casos desagradables, imposibles de ocultar: de violaciones de derechos humanos, de personas que conocemos y que son discriminadas "sin razón", de injusticia o brutalidad), pero presentémoslo tan sólo como "casos aislados", como un "mal necesario", frente a los que se adoptan medidas paliativas, pero que no se pueden suprimir por completo.

Y descubriremos, entonces, que el discurso fascista resulta mucho más atrayente de lo que pudiera parecer: para el/a ciudadan@ medi@ (sea lo que sea lo que esto signifique: el que vota a los "partidos de orden" del régimen), al menos en situación de crisis. Y que no constituye en realidad la debacle de la democracia, sino su maximización más corrupta (por selectiva en cuanto a sus destinatarios, por no aceptar límites morales y por convertir el pueblo en una hipóstasis).

No, no nos deberíamos preocupar por los fantoches (que los medios de comunicación dominantes sacan a relucir, de tarde en tarde, como espantajos que deberían atemorizarnos) que todavía ahora mismo levantan el brazo en alto o portan esvásticas. Porque ellos se han quedado con la parte más anacrónica del fascismo. Deberíamos atender más bien a esos partidos de orden que, en nombre del interés nacional, pretenden acabar con los derechos de grupos minoritarios (o mayoritarios, pero lo suficientemente marginados para no ser capaces de reaccionar) de ciudadan@s. (Y entiendo por "ciudadan@s", aquí, a todas las personas que residen y conviven, de hecho, en el territorio del Estado, cualquiera que sea su situación jurídica.) Es ahí donde reside la "mejor" -la más efectiva- herencia del fascismo, aún ahora políticamente relevante.

(Desde luego, soy consciente de estar hablando únicamente del aspecto ideológico del fascismo. Porque, luego, hay otro, el de la gobernanza: un intento de gobernanza total de la sociedad, a través del poder del Estado y de la violencia. No obstante, esto no fue nunca más que una utopía, impracticable. El verdadero poder del fascismo estuvo en su capacidad para encantar y atemorizar al tiempo a grandes masas de ciudadan@s. De ahí la importancia del aspecto al que en el texto me refiero.)


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