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domingo, 23 de enero de 2011

The portrait of a lady (Henry James): sobre ilusiones e inexistencia


"Sintió que la vieja amargura que tanto había intentado digerir volvía a subirle a la garganta, y supo que hay decepciones que duran toda la vida."
A una mujer le es ofrecida la oportunidad de cambiar de vida: salir de su rutina, abrir sus horizontes, ampliar sus expectativas. Inquieta e imaginativa como es, se aferra a esta oportunidad con todas sus fuerzas, con toda su ilusión, con toda su pasión. Decide comprometerse firmemente con el goce de existir. No renunciar a nada. Experimentar todo aquello que merece la pena en la vida. No atarse.

Guiada por estas decisiones existenciales, Isabel Archer va recorriendo su camino. En él, y tras rechazar compromisos que, según piensa, la atarían, llega a un momento decisivo: ha hallado una persona con quien merece la pena comprometerse, en un proyecto de vida en común: en un matrimonio...

Un gran error. Todo ha sido un fraude: había detrás un plan para seducirla, para obtener su dinero, para cubrir faltas del pasado. No había amor, no había autenticidad. Ella se engañó. Y, lo peor, la desilusión que tal error ocasiona ya no tiene solución.

Un tratado, pues, sobre la derrota e irrealidad de las ilusiones. El más puro es vencido, parece querer decirnos la narración. Nada de cuanto queremos es verdad: cuando (creemos que) lo logramos descubrimos su inexistencia.

Y, entonces, de nada parece servir (¿de nada? a veces pretendemos, aún, continuar engañándonos...) la oferta de amor, de apoyo, que algunos nos ofrecen. Porque sabemos que tampoco es real (aunque pueda ayudarnos a sobrevivir).

(Obsérvese la diferencia, por ejemplo, con lo que ocurre, con una anécdota similar, en Daniel Deronda, de George Eliot: allí, el desengaño resulta ser la antesala de la culpa, del arrepentimiento, de la penitencia, de la redención. La conclusión de Henry James resulta más nihilista -más realista.)


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