Pablo Trapero inició su carrera como director de cine desarrollando una obra que podríamos calificar de realismo social formalista: tanto en Mundo grúa (1999) como en Familia rodante (2004), por ejemplo, presentaba esbozos de la dinámica de la vida social (el trabajo, la familia) vista desde una perspectiva eminentemente colectiva, al modo usual del realismo social (personajes comunes, representativos). Pero lo hacía mediante una forma de trabajar la imagen (encuadre, iluminación, movimiento de cámara, grano), así como el sonido (extremada limitación del sonido extradiegético) que la ubicaban claramente del lado del formalismo "sucio" (al modo, por poner un ejemplo, de los hermanos Dardenne), antes que de un "realismo de la (retórica de la) transparencia" (al modo que -antiguamente- pudo representar Jean Renoir y, hoy, , en sus mejores momentos, Ken Loach).