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lunes, 23 de noviembre de 2009

Frozen river (Courtney Hunt, 2008)


Una notable película del cine independiente norteamericano, con algunos de los inconvenientes, pero todas las virtudes, de este género:

- Una película que nos habla acerca de las vicisitudes vitales de unas working poor, que han de intentar salir adelante (a pesar del impostado -suerte de- "final feliz", es dudoso que lleguen muy lejos, sin embargo) por sus propios medios, sean estos legales o ilegales. En este sentido, reconforta tener la oportunidad de contemplar en pantalla la vida de la gente más sobreexplotada de nuestra sociedad, sin sentimentalismos ni retóricas.

- En el plano formal, la ausencia de una retórica explícita, palpable en lo narrativo, se traslada también al terreno visual: los planos son todos necesarios, no hay concesiones tampoco a la retórica visual. El espacio helado en el que la película se desarrolla se presenta con toda su fuerza y con toda su desolación, que armoniza con la historia narrada.

- Al tiempo, no obstante, la película abunda y sobreabunda en algunos de los más notorios defectos del cine independiente norteamericano. Así, en primer lugar, por lo que hace a su vertiente narrativa, la necesidad de que nos identifiquemos con los personajes y, por ello, de "darles una salida" (feliz), hace que la historia resulte, al cabo, un tanto edulcorada: la "bondad esencial" de las protagonistas, ese final (casi) feliz... De igual modo, y como siempre, las estructuras políticas de dominación que condicionan a los personajes, dejándoles solamente el mínimo espacio de decisión que tendrían unas ratas atrapadas en un laberinto, aparecen como un trasfondo apenas visible, e impenetrable, de todo lo que en la película sucede.

- Y, en el terreno formal, la necesidad de preservar siempre la coherencia narrativa, el cierre del argumento, así como la pertinencia (conforme al canon clásico) de todos y cada uno de los planes, empobrecen el enfoque de la película. Se nos cuenta -bien- una historia de esfuerzo individual, pero las imágenes nunca van más allá, carecen de vida propia. (Un ejemplo contrapuesto, para que se entienda de qué hablo: en La soledad, de Jaime Rosales, las imágenes nos cuentan una historia, desde luego, pero también mucho más. Construyen un mundo, una ontología.)

En suma: conscientes de sus limitaciones (de las limitaciones de su modelo genérico), podemos disfrutarla, ya que es uno de los mejores ejemplares de esta clase de cine que se ha podido ver recientemente.




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