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miércoles, 16 de septiembre de 2009

Un par de vueltas en torno a "Days of wine and roses" (Blake Edwards, 1962): sobre vicios, virtudes y círculos viciosos


Como es sabido, la película –tal vez la más dramática que dirigió nunca Blake Edwards- versa acerca de una pareja de trabajadores administrativos (¿por qué, por cierto, las críticas se empeñan en calificarles como pertenecientes a la clase media, si son dos proletarios de libro? ¿sólo porque él lleva corbata?) que, agobiados por su vida cotidiana y por las presiones que reciben en su trabajo (sobre todo él), caen en el alcoholismo. Narra (con bastante efectismo, muy propio de las películas de Hollywood de la época sobre “temas fuertes”) las caídas y recaídas de ambos (espectaculares Jacl Lemmon y Lee Remick), sus intentos de salir del agujero, su ansia por reintegrarse a la “normalidad”.

Y digo yo: ¿cuál es el problema verdadero de nuestros dos protagonismos, el alcohol o su vida? Porque uno tendería a creer que el problema es más bien lo segundo: que les han vendido una moto falsa (ya sabéis: un buen puesto de trabajo, un buen salario, una buena casa, una mujercita/ hombrecito decente, niñ@s,... y todo irá de maravilla). Hasta un muerto se aburriría con esa vida prometida.

Como en tantas otras películas norteamericanas, la política brilla por su ausencia: Joe Clay (Jack Lemmon) es un ser débil, sometido a sus empleadores y a los estereotipos sociales sobre lo que es un buen marido, un hombre de verdad (subespecie: hombres hogareños); Kirsten Arnesen Clay (Lee Remick) es un ser débil sometido a su marido y a los estereotipos sociales sobre lo que es una buena mujer. Y, como los dos son débiles, se refugian en el alcohol. Y, como son débiles, no saben salir de él. Solución (del argumento de la película): hay que ser fuertes, como lo es, finalmente, Joe Clay, mas no su esposa. Hay que ir a Alcohólicos Anónimos y reconocer que uno es un alcohólico, arrepentirse y rehabilitarse,… Y digo yo, otra vez: ¿no tendrían más bien que responsabilizar a quienes les han llevado a ese lugar (y, claro, a ellos mismos, por ser tan crédulos)? ¿A ese padre (Charles Bickford) que dio una formación tan conservadora a su hijita, haciéndola creer lo que no es? ¿A esos empresarios que explotan sin compasión la fuerza de trabajo de ambos protagonistas? ¿A su país, a sus escuelas, a su “libre empresa”? Y a tantos otros… ¿No deberían, en suma, intentar cambiar su vida (intentarlo, al menos, porque quién sabe si lo conseguirían)?

Por fin: ¿qué habría pasado si Joe Clay amase de verdad a Kirsten y hubiera decidido, en la secuencia del motel, quedarse a beber con ella? Claro, ya no estaríamos ante una película de Hollywood, sino ante una de cine independiente (o algo parecido). Pero, además de eso, ¿tendríamos dos héroes más lúcidos, o dos héroes aún más estúpidos de lo que aparecen en la verdadera trama?

En fin, como veis, hasta una película mediocre –a mí esta me lo parece- sirve para detenerse a pensar…




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